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EL ROBINSON SUIZO.

del bosque al campo raso, por si hubiese algun peligro, les llamé para reunirlos. Todos acudieron corriendo, y el primero Ernesto que, jadeando y casi sin aliento, venía gritando:

—¡Papa! ¡papá! ¡qué hallazgo!

Y mostróme un tallo verde con sus hojas y flores, del cual pendian unos pequeños tubérculos de un verde claro.

—¡Son patatas! exclamé ¡la flor, la hoja, la raíz, todo me indica que indudablemente tengo en las manos tan preciosa planta! ¡Loado sea Dios, hijos mios! ya no nos faltará que comer en este desierto, puesto que su bondad dispuso que se criase en él esa planta! Tú, hijo mio, puedes decir que has asegurado el porvenir de la colonia. ¿Pero dónde, dónde has encontrado este tesoro?

—Allá abajo, tras del bosque, toda la vega está llena.

Impacientes como cualquiera puede figurarse, apretámos el paso en la direccion indicada, y hallámos en efecto un vastísimo campo cubierto de patatas, unas ya en sazon, otras todavía en flor; flores, que á pesar de su humilde apariencia nos parecieron más hermosas que las más bellas rosas de la Persia. Confiesa, querido Ernesto, le dije entusiasmado, que tú mismo aun no has alcanzado á comprender el inestimable valor del descubrimiento que has hecho.

—Pues bien fácil ha sido, respondió Santiago algo picado; todo consiste en que se fué por ese lado, porque si yo hubiera ido.....

—No trates de rebajar el mérito de tu hermano, díjole la madre, pues tan atolondrado como eres, de seguro, aunque atravesaras de un extremo á otro el campo, no hubieras conocido las patatas. Es preciso que te convenzas que eres muy diferente de tu hermano, que tú eres un aturdido, y él por el contrario reflexivo, observador, que todo lo investiga y compara, y que sus descubrimientos raras veces son casuales.

—Pues bien, si no he sido el primero en encontrarlas, lo seré en arrancarlas, exclamó Santiago riéndose.

Y con un ardor por todos imitado, comenzámos á escarbar la tierra con las manos á falta de otro instrumento; el mono se asoció tambien al trabajo, y mucho más conocedor y diestro que nosotros en esa faena, en un momento con las patas desenterró gran cantidad de patatas, con la circunstancia de ser las mejores y más maduras. Llenáronse los zurrones, y continuámos caminando hácia Zeltheim.

El nuevo descubrimiento no tenia precio para nosotros: por de pronto aseguraba nuestra subsistencia, y con el tiempo reemplazaria al pan, cuya falta se sentiria cuando se agotase el repuesto que habia de galleta.

—Hijos mios, dije, este nuevo beneficio de la Providencia es el mayor y más importante que Dios nos ha otorgado hasta ahora, despues de salvarnos del naufragio. ¡Alabémosle y bendigamos sus obras!