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CAPÍTULO XII.

de defensa al perro. El bueno y paciente animal se dejó buenamente disfrazar con ese aparato guerrero, con el que estaba ya en situacion de habérselas aunque fuera con un tigre ó una hiena. A su camarada Bill no le agradó mucho el ensayo, porque cuantas veces el valiente alano se acercaba á ella, aquel bosque de puas le mortificaba cruelmente, sin saber cómo evitarlo. Santiago terminó su tarea, haciéndose con lo que le restaba de la piel del puerco una especie de capillo tan extraño y formidable como la cota del pobre Turco.

La tarde era apacible, habia calmado el calor sofocante del dia, y todo convidaba á dar un paseo. Los pareceres disintieron en cuanto á su eleccion; pero como se iba vaciando la despensa, se convino que iríamos á Zeltheim, donde estaba el almacen para reponerla, enderezando los pasos por camino diferente para que el paseo fuese más ameno. Esta determinacion agradó á todos, pues mi primogénito carecia de pólvora, mi esposa, de manteca, porque en el curtido de las pieles se habia invertido mucha; Ernesto queria traerse de Zeltheim una pareja de gansos y otra de patos para que criasen en el arroyo; hasta el pequeño Franz llevaba sus miras, las de pescar algunas docenas de cangrejos en el Arroyo del chacal, para lo cual llevaba su caña y demás avíos correspondientes; Santiago era el que no tenia proyecto fijo; pero se alegraba al oir los de sus hermanos, y engalanado con su erizado casquete se pavoneaba ufano llamando la atencion de todos.

Emprendímos la marcha, Federico con su cinto ya concluido de la piel del gato; Ernesto con un lio de cuerdas á cuestas; Santiago con su capillo de erizo que le daba el aire de un caribe, todos armados con carabinas, excepto Franz que llevaba solamente su arco y aljaba llena de flechas; mi esposa no cargó mas que con una olla vacía y un gran saco que pensaba llenar de comestibles. Turco y Bill rompian la marcha, el primero, gravemente, por impedir algo su agilidad natural el formidable aparejo con que iba revestido; su compañera, que no habia olvidado los pinchazos que le costara el aproximarse, se mantenia á respetable distancia. Maese Knips (este era el nombre que los niños pusieron al mono, por su poca talla y gesticulaciones), quedó desconcertado al reparar la espalda de Turco cubierta con tantas puas, y viendo que allí no tenia cabida y que le era indispensable una cabalgadura, dió un salto y se acomodó guapamente sobre el lomo de Bill, que no puso ningun reparo. En fin, para que nada faltase, hasta el flamenco quiso ser de la partida, y despues de haber caminado un rato junto á mis hijos, disgustado sin duda de ser blanco de sus travesuras, se fué á colocar bajo la proteccion de mi esposa, bien seguro de que esta no le incomodaria durante el viaje.

El camino que tomámos siguiendo la corriente del arroyo fue amenísimo; por do quiera grandes y frondosos árboles nos prestaban sombra, y el alfombrado piso cubierto de menuda y espesa yerba más bien incitaba á andar que á pasear. Los niños se dispersaron cada uno segun su capricho; pero cuando salímos