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EL ROBINSON SUIZO.

Este discurso causó profunda impresion en mi auditorio; rezámos despues algunas oraciones en comun, terminando así esta solemnidad religiosa y celebracion del santo dia del domingo.

En su trascurso pude conocer la benéfica influencia de mis palabras. Mis hijos, á quienes permití que se entregasen luego á sus diversiones inocentes, cuando más engolfados en ellas estaban noté que no perdian de vista los saludables consejos que de mis labios habian escuchado; su dulzura, la circunspeccion de unos, el deseo de complacer en otros, y un no sé qué de tierno y formal á la vez en todos, me dieron la consoladora evidencia de que mis palabras no habian sido perdidas. Para que se adiestrasen les di el arco y flechas que labré para la colocacion de la escala; y Ernesto, que preferia esta arma á la carabina, se ejercitó tanto en ella que derribó varias docenas de pájaros, de los infinitos que á bandadas acudian á posarse en el árbol que nos servia de habitacion. Este árbol, que al fin reconocí ser una higuera de especie particular, estaba cargado de una fruta bastante sabrosa y cuya próxima madurez atraia los pájaros llamados hortelanos.

Mucho me agradó este descubrimiento porque sabía que estos pájaros, de suyo sabrosísimos, se conservaban muy bien despues de asados en manteca, y así podríamos abastecernos abundantemente de ellos para la estacion de las lluvias.

Al ver la destreza de Ernesto en el arco y sus buenos resultados, Santiago y hasta el pequeño Franz me pidieron que les hiciese otros iguales. Cedí con tanto más gusto á su deseo, cuanto que no me pesaba ver á los niños adiestrarse en un arma que fue la única de nuestros antepasados y de casi todos los pueblos ántes de la invencion de la pólvora, y que á falta de esta, lo cual más tarde ó más temprano habia de suceder, podia suplirla en caso de defensa y aun para nuestra manutencion. Les hice, pues, sus correspondientes arcos y aljabas para colocar las flechas, labrando las últimas de un pedazo de corteza delgada y flexible, enrollada y cerrada por bajo con un tapon de corcho, con sus correspondientes correas para llevarlas á la espalda, quedando así armados á lo indio los dos pequeñitos muy contentos con su nuevo equipo.

Federico se dedicó á preparar la piel del gato montés que habia muerto dias ántes. Contaba con ella para labrarse un cinto como el de Santiago; mas como todavía exhalaba mal olor le hizo discurrir en dar mayor perfeccion á su obra, y aprovechando mis indicaciones lavó muchas veces la piel con una especie de lejía compuesta de ceniza y manteca, que acabó por curtirla sin mal olor con la suavidad y blandura propias para lo que la destinaba.

En estas y otras ocupaciones se pasó el tiempo, y la oracion de la noche terminó dignamente este dia festivo, durante el cual nada habíamos hecho que nos fatigase, y á la hora oportuna nos recogímos á descansar en nuestro gran nido.