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CAPÍTULO XI.

se le antojó; uno en vez de hacer que su terreno produjese semillas alimenticias, lo dispuso á estilo de jardin ingles, muy bonito, pero de ninguna utilidad; otro en lugar de plantar buenos árboles frutales, cuyos piés le proporcionaran para ingertar, cultivaba especies raquíticas con fruto escaso, insípido ó amargo; un tercero sembraba candeal; pero como no habia querido aprender á distinguir la zizaña del de la mies, la arrancaba ántes de granar, y casi nada cosechaba. La mayor parte dejaban el terreno completamente inculto por haber perdido sus plantas y simientes, ó dejado pasar el tiempo oportuno para las labores, por descuido ó por pereza que no trataban de vencer; no pocos se desdeñaban de aprender las órdenes del gran rey, miéntras que varios á fuerza de pretextos y subterfugios trataban de eludirlas torciendo ó variando su sentido.

«Pocos fueron los que trabajaron con constancia, ateniéndose á las instrucciones que recibieran. La tierra confiada á estos se encontraba en el más floreciente estado, y á más de la natural alegría que les resultaba por haber empleado bien el tiempo en aquel lugar de prueba, la esperanza de ser al fin admitidos en Villa celeste tomaba cada vez más cuerpo y les alentaba en sus tareas.

«La desgracia de los más provino de no haber querido creer en lo que el gran rey les habia dicho por medio de sus enviados, ó bien de ligereza ó culpable indiferencia por la escasa importancia que daban á sus mandatos. Los cabezas de familia que conservaban copias de las voluntades del monarca no se cuidaban de leerlas, diciendo y propalando unos que semejantes leyes, muy buenas para los tiempos pasados, eran inconvenientes en el estado actual del país, y otros que por su escasa inteligencia creian encontrar en aquellas contradicciones inexplicables, se guardaban muy bien de acudir á los sabios para que les ilustraran; otros afirmaban la existencia y bondad de esas leyes, pero sin más fundamento que su dicho aseguraban que eran muchas las supuestas y adulteradas, figurándose por consiguiente árbitros de interpretarlas á su capricho y conveniencia. En fin, llegó la audacia y espíritu de rebelion de varios hasta el punto de manifestar que semejante rey jamás habia existido, pues de lo contrario, añadian, alguna vez se habria hecho visible á sus súbditos; los habia que opinaban de distinto modo diciendo: Verdad es que existe; pero es tan feliz en su imperio, tan rico y poderoso, que para nada necesita nuestros servicios: y á más ¿qué le puede interesar esta pobre y miserable colonia? Tampoco faltaba quien decia que lo del anteojo mágico era fábula, así como lo de los arsenales y minas subterráneas; que el gran rey era demasiado bondadoso para castigar de esa manera, y que buenos, malos y medianos, todos serian al fin y postre ciudadanos de Villa celeste.

«Dispuestos así los ánimos no era de extraña que en el dia de la semana consagrado al gran rey nada se observase de lo que aquel prescribiera; muchos colonos se creian dispensados de acudir á la asamblea general alegando, que sabiendo