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EL ROBINSON SUIZO.

á la Providencia prescindir, por un temor vago y exagerado, de recoger y salvar tantos y tantos útiles y preciosos objetos que parece que el cielo ha reservado allí milagrosamente para cubrir y satisfacer nuestras necesidades. Convino al fin en que tenia razon, pues si bien llegaba hasta el extremo su ternura para con todos nosotros, no por eso carecia del juicio suficiente para hacerse cargo de cualquiera observacion razonable.

Concluida la cena, y los animales recogidos en sus respectivos puestos, dispuse se encendiesen las hogueras para que ardiesen toda la noche á fin de proteger el ganado, alejando cualquiera fiera ó reptil que se le ocurriera acercarse. Deseosos todos de acostarnos, se dió la señal de subida al nuevo palacio aéreo.

Los niños subieron primero, y en un abrir y cerrar de ojos ya estaban en él; pero la madre, que ascendió despues, lo hizo más despacio, aunque sin miedo alguno por hallarse bien tirante y fija la escala en una de las más gruesas raíces del árbol. De esa ventaja ya no podia yo disfrutar, porque resuelto á retirar la escala, dejándola pendiente á una regular altura cuando todos estuviésemos arriba, quedó aquella flotante y sin sujecion por bajo, lo que hizo mi ascension trabajosa, y tanto más cuanto que llevaba á Franz á cuestas, lo que entorpecia no poco la libertad de mis movimientos. Sin embargo, á fuerza de precaucion llegué por fin á la barandilla, donde comenzaba nuestra vivienda, y depositando mi carga en brazos de mi esposa, por medio de la garrucha retiré parte de la escala atándola á una rama dispuesta al efecto. De esta manera nos encontrámos aislados completamente, y atrincherados en nuestro castillo como los antiguos señores feudales, que se consideraban separados del resto del mundo desde que alzaban el puente levadizo de su fortaleza. Aun que nos creíamos bien seguros, dispuse sin embargo quedasen cargadas las armas á fin de que si el enemigo se presetase pudiésemos desde la altura en que estábamos acudir á la defensa de los perros que quedaban de centinela al pié del árbol guardando el ganado. Tomada esta precaucion, y terminadas nuestras oraciones en comun, nos instalámos en las hamacas á disfrutar de un sueño apacible y exento de toda inquietud.

A poco rato todos estábamos durmiendo; y en esta primera noche que pasámos sobre el árbol reinó la tranquilidad más profunda.

Despertámos ya entrado el dia, habiendo descansado completamente y respuesto nuestras fuerzas; las hamacas que tan incómodas encontraron los niños la noche anterior, en esta ya comenzaron á hallarlas á su gusto.

—¿Y qué vamos á hacer hoy? preguntaron todos en seguida.

—Nada, hijos mios, nada absolutamente.

—¡Vaya que está V. de broma, papá! exclamaron.

—Nada de broma, añadi, hoy, descanso completo porque es domingo, dia consagrado al Señor, y que es menester celebrar de una manera conveniente.

—¡Calla! ¿hoy es domingo? ¡Ah! ¡qué gusto! ¡un domingo! exclamó Santia-