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CAPÍTULO XI.


Construccion de la morada aérea.—Primera noche en el árbol.—El domingo.—Los hortelanos.


Durante la primera mitad de la noche la inquietud no me permitió descansar en la hamaca. El menor ruido que oia, el viento que agitaba las hojas, las ramas secas que se desprendian y el lejano murmurio de las aguas, todo me estremecia y sobresaltaba. De vez en cuando me levantaba para atizar el fuego que se extinguia. A media noche ya creí vanos mis temores y me fuí tranquilizando; el sueño me rendia, los párpados á cada instante se cerraban, y ya se aproximaba la madrugada cuando me dormí tan profundamente, que en vez de ser el primero en despertar á mis hijos, ellos vinieron á comunicarme que el sol habia salido hacia tiempo.

Como ya se me figuró algo tarde, las oraciones de la mañana fueron cortas, el desayuno apresurado, y cada cual nos ocupámos en nuestra faena respectiva. Mi esposa ya estaba entregada á su tarea ordinaria de ordeñar la vaca y las cabras y dar de comer á todos los animales, despues de lo cual llamó á Ernesto y á Santiago para que la ayudasen á poner á la vaca y al asno los aparejos que les dispusiera la víspera, y los tres junto con Franz salieron para ir á la playa en busca de las tablas y demás madera que les dije necesitaba para mi construccion.

Miéntras volvian, Federico y yo subímos al árbol para seguir el trabajo comenzado el dia anterior. El hacha y la sierra nos desembarazaron de cuantas ramas inútiles nos estorbaban, reservando únicamente las que estaban á seis ó siete piés encima de las que debian servir de base al piso de la vivienda. Las destiné para colgar las hamacas, y otras aun más altas para soportar el techo provisional del edificio que se reduciria á un pedazo de lona. Toda esta faena, que no fue corta, duró hasta que mi esposa y los niños trajeron al pié del árbol dos cargas