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CAPÍTULO X.

cias iguales, los fuí introduciendo en los nudos, que previamente habia hecho en cada una de las maromas que debian servir de largueros de la escalera. En la parte que los travesaños sobresalian del nudo, Santiago atravesaba una clavija para impedir que se saliesen, y de esta manera, en poco tiempo, y con asombro de los niños, entre todos llegámos á construir una escala fuerte y sólida de más de cuarenta piés de largo. En seguida, al hilo que habia quedado pendiente del arbol, le añadí un bramante, y á este una cuerda, para que atada á la escala pudiese subirla hasta las ramas. Tirando del hilo, del que pendia todo, llegó la escala á la guia ú horquilla principal á donde debia apoyarse, y despues sujeté bien á una de las gruesas raíces hincadas en el suelo el cabo de cuerda que habia servido para la ascension de la escala, haciendo lo mismo con el primer peldaño de esta, para que estando tirante no se balancease y fuera más segura y ménos peligrosa la subida. Apénas estaban concluidas estas precauciones, cuando mis hijos ya porfiaban sobre cuál habia de subir ántes. Unicamente se lo permití por esta primera vez á Santiago como el más ágil y de ménos peso. El atrevido niño, que ya estaba familiarizado con los ejercicios gimnásticos que formaran parte de su primera educacion, subió como un gato de peldaño en peldaño llegando sin novedad á la cruz del árbol. Probada así la escala, Federico subió despues, pero con más cuidado, llevando consigo en un talego un martillo y clavos grandes para fijar sólidamente el extremo de la escala á la guia principal del árbol, y lo hizo tan bien, que yo mismo no titubeé en ascender igualmente á aquella elevada region. Las ramas del árbol eran tan numerosas, tan recias y espesas, que no sólo pudímos sostenernos fácilmente arriba, sino que conocí desde luego que no se necesitaba estaca alguna para establecer el pavimento de nuestra habitacion, siendo suficiente para constituirlo algunas tablas apoyadas en las ramas, despues de igualarlas. Valiéndome de un hacha comencé este trabajo preparatorio, y como el espacio era corto y los niños estorbaban mis movimientos, les hice bajar. Por medio de la cuerda que pendia aun de la escala, subí una polea que fijé tambien en una de las ramas más altas y salientes á fin de subir con facilidad al dia siguiente los tablones y demás materiales que se pudieran necesitar. Cuando terminé la tarea de tan memorable dia, alumbraba ya la luna, y si bien me sentia fatigado y el sudor manaba de mi frentre, bajé henchido de las más halagüeñas esperanzas para juntarme con la familia. Al tocar en tierra, me sorprendió no ver á Federico ni á Santiago que habian bajado ántes que yo, cuando de repente dos voces puras y armoniosas hirieron dulcemente mis oídos: eran las de mis dos hijos, que encaramados en lo más alto del árbol entonaban desde allí, como para santificar nuestra morada, el himno religioso de la oracion vespertina. En lugar de descender cuando se lo dije se subieron más arriba, y conmovidas sus almas con el grandioso espectáculo que se ofrecia á sus miradas, su primer pensamiento