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EL ROBINSON SUIZO.

la geometría que yo estudiara en mi mocedad y de la que aun recordaba las suficientes nociones para salir airoso en la presente ocasion.

Una vez averiguada á punto fijo la altura, encargué á Federico que midiese todo el bramante que teníamos, y á los pequeños que lo fueran ovillando que pronto lo necesitaria. Sentéme en la yerba, y arqué un trozo de bambú, sujetando los extremos con una cuerda tirante; en seguida, con los carrizos recogidos al efecto, hice flechas embotadas, guarneciéndolas con plumas del flamenco para que su vuelo al despedirlas fuese más rápido y seguro, y así me encontré poseedor de un arma salvaje de bastante buena apariencia. Mis hijos que vieron el arco y comprendieron el objeto, comenzaron á saltar y gritar á mi al rededor:

—¡Ah, un arco!

—¡Un arco y flechas!

—¡Pará, déjeme V. tirar el primero!

—Tú, no: ¡yo! ¡yo!

—¡Paciencia, señoritos, paciencia! les respondí; á mí me toca disparar primero por ser el inventor. Supongo no lo llevaréis á mal; y tened entendido que esto no es un juguete, sino un instrumento necesario á mis proyectos ulteriores. ¿Tendrias, por casualidad, dije á mi esposa, algun ovillo de hilo fuerte?

—Verémos, me contestó, si lo da el saco encantado.

Fuése á buscarlo, y metiendo en él la mano hasta el fondo, sacó el ovillo pedido.

—¡Ya veis, prosiguió, que mi saco continúa mereciendo el nombre que le habeis puesto de encantado!

—¡Vaya una gracia! Mamá ha sacado del saco lo que ántes metiera, dijo Ernesto. Tambien yo haria lo mismo.

—No lo dudo, hijo mio, replicó la madre, todo esto es muy natural; pero el misterio consiste en haber guardado oportunamente en él lo que en mi juicio estimé poder servir en cualquiera ocasion. ¡Cuántas veces pasan por maravillosos para los ignorantes y aturdidos que no ven mas que á donde llega su nariz hechos incomprensibles que no son sino resultado de una sabia prevision!

Miéntras hablaban madre é hijo, tomé el ovillo de hilo y até el cabo á la extremidad de una flecha, púsela en el arco, y dirigiendo la puntería á una de las guias principales del gigantesco arbol, solté la cuerda, y la flecha disparada con violencia, arrastrando el hilo, pasó por cima de la gran rama donde quedó colgada cayendo al suelo por su propia gravedad. Satisfecho del buen resultado de mi invencion, pasé en seguida á labrar la escala. Federico llegó á la sazon con los dos rollos de maroma que le encargara medir, diciendo que cada uno tendria hasta cuarenta piés de longitud, que era justamente lo que yo necesitaba. A mi vista, fué luego partiendo con el hacha, y en trozos de dos piés, los bambúes que se habian traido para servir de escalones. Segun se cortaban, Ernesto me los iba dando uno á uno; y á distan-