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EL ROBINSON SUIZO.

—Lo que yo ahora pido, dijo el novel cazador, es que el caballero Santiago me haga el favor de no entretenerse con la piel del gato como lo hizo con la del chacal, porque esta es muy hermosa y tan atigrada que da gusto verla. ¿No es verdad, papá, que sería lástima? Con ella me labraré un cinto algo mejor que el otro, del que colgaré pistolas y el cuchillo de monte.

—Es muy justo, contesté, y así estaréis iguales; y como la carne de esta fiera no puede aprovecharse, lo mejor será echársela á los perros que les vendrá muy bien.

En consecuencia indiqué al niño cómo se debia manejar para desollar al margai á fin de sacar la piel entera sin estropearla. Lo hizo conforme le advirtiera, y la carne se repartió á los alanos. Como Santiago deseaba tambien sacar partido de la piel del puerco espin, rogóme que le ayudase á desollarlo, porque contaba con ella labrar una especie de armaduras para los perros como aditamento á las carlancas para que estuviesen de todo punto invulnerables. Terminadas ambas operaciones, hice varios trozos del puerco, uno de los cuales pasó al puchero que mi esposa tenia ya preparado para hacer la sopa, y los restantes los salé y puse en paraje fresco para el dia siguiente. Nos dirigímos al cristalino arroyuelo que á corto trecho corria en busca de piedras planas y lisas para disponer el fogon; y juntando las ramas secas que á mano encontrámos, encendímos lumbre, dejando á la solícita y tierna madre el cuidado de aderezar la comida.

Miéntras se aderezaba, me entretuve en formar una especie de agujas con las puas más finas y delgadas del puerco espin, regalo que destinaba á mi esposa para que le sirvieran para coser las correas y demás necesario á los arneses de las bestias. Con un clavo, cuya punta enrojecí al fuego, abrí en las agujas de nueva especie el ojo suficiente para enhebrar el hilo ó bramante, y aunque toscas é imperfectas, no por eso dejaron de ser bien recibidas por mi esposa, quien abrevió con ellas no poco su costura.

Ocupado siempre en nuestra morada aérea concebí el proyecto de una escala de cuerda, y no ocurriéndome por entónces medios para construirla de otra clase, era preciso como preliminar colgar de las primeras ramas un bramante que sirviese para subirla. A cuyo efecto ejercité á los niños á tirar piedras atadas á un cordel largo, para ver si acertaban á engancharlo en alguna rama; pero como la más baja estaba á más de treinta piés de elevacion, ninguno de los proyectiles alcanzaba, y así fue necesario recurrir á otro expediente.

En esto mi esposa nos avisó que la comida estaba lista, y dejé lo del cordel para otra ocasion. El puerto espin dió un gusto riquísimo á la sopa, y aunque estaba un poco dura, nos supo bien la carne, por lo que mi esposa no se resolvió á comerla, contentándose con una lonja de jamon y un pedazo de queso.