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EL ROBINSON SUIZO.

perros; mas no le valió, pues llego, y ¡pum! de un solo tiro quedó muerto. ¡Ah! es un animal terrible cuando se le ataca.

—¡No será tan terrible, respondió Federico con visos de envidia que trataba de disimular cuando te has atrevido á acercártele! Papá y yo le teníamos cierto respeto, y si no te hubieras adelantado...

—Lo cierto es que yo le he muerto, replicó con viveza y algo amostazado Santiago de la ironía de su hermano.

A cuya sazon llegué á tiempo de cortar la disension que se iba agriando, y recordé á los niños la union y armonía que debia reinar siempre entre hermanos.

—Todos vosotros, añadí, trabajais de consumo por el bien general. ¿Qué importa que haya sido uno ú otro el más diestro ó afortunado en este encuentro? Vaya, dejemos eso, y ocupémonos de los pobres perros, que se han llevado la peor parte en la refriega, habiendo sido los más valerosos, sin que se vanaglorien de ello.

En efecto, los bravos alanos tenian clavadas en el hocico las puas que se desprendieran del puerco espin en la lucha, lo que hizo suponer en la antigüedad á los naturalistas que este animal despedia dardos cuando se veia acosado, siendo él mismo á la vez carcaj y arco. Miéntras me ocupaba en curar á los perros, operacion que requeria alguna destreza, de paso instruí á los niños de algunos curiosos detalles sobre la historia del puerco espin, rectificando sobretodo sus ideas sobre las preocupaciones vulgares á que diera lugar la extraña configuracion de su cuerpo.

—Es bien extraño, añadí, que la historia natural, que de suyo versa sobre objetos palpables, haya sido, entre todos los conocimientos humanos, la que el hombre ha desfigurado más á fuerza de adornarla con circunstancias maravillosas, ¡como si la naturaleza tan bella y tan fecunda por sí misma necesitase recurrir á la imaginacion de los hombres para aparecer cual es en sí: grande, magnífica, y sobretodo admirable!

A instancias de Santiago quedó decidido que el puerco espin haria parte del bagaje, y envolviéndolo en un pedazo de lona lo coloqué cuidadosamente á las ancas del asno, atándolo lo mejor posible para que no se cayese, ni incomodase á Franz que iba sentado delante. En seguida continuámos la marcha. Federico con la carabina dispuesta iba á la cabeza con la esperanza de encontrar algo que pudiera cazar él solo. No habríamos andado doscientos pasos cuando comenzó el pollino á correr y á dar coces, rebuznando de la manera más estrepitosa. Franz gritaba que por Dios le detuvieran, que si no se iba á caer, pues no podia sujetarle con el ronzal. Acudímos todos á ver la causa de aquel arrebato, la cual consistia en que las puas del puerco espin le estaban aguijoneando de una manera terrible. Se cambió el animal de donde estaba colocándole con mayor precaucion; y restableciendo el órden, seguímos andando hasta llegar bajo los gigantescos árboles, término de nuestro viaje.