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CAPITULO IX.

Estando ya á la otra banda del arroyo, un obstáculo imprevisto desordenó las filas. La espesa y fresca yerba que cubria el suelo tentó á los animales que comenzaron á dispersarse, paciendo aquí y acullá; y mucho hubiera costado reunir toda esta tropa entregada al merodeo, á no mediar los perros, que rehicieron la hilera; y restablecido el órden por completo, se pudo continuar la marcha. Sin embargo, para que no volviese á repetirse semejante escena, mandé á la vanguardia que variase de direccion, acercándose á la playa que por su aridez no haria incurrir al ganado en semejante tentacion.

Poco habríamos andado en esa direccion, cuando oímos ladrar desaforadamente á los perros y esconderse entre las matas, como si hubiesen visto alguna fiera. Federico preparó la carabina y les siguió de cerca; Ernesto se aproximó á su madre, mas sin dejar por eso de preparar tambien la suya; y Santiago, siempre aturdido, corrió hácia donde soñaba el ruido, miéntras que yo, con el arma baja y el dedo en el gatillo, avanzaba en la misma direccion, encargando á todos la mayor prudencia y sobretodo sangre fria. Pero Santiago, que sin atender á razones ya se habia internado entre la maleza, salió en breve gritando:

—¡Corre, papá, corre; verás un puerco espin disforme! tiene puas como mi brazo. ¡Ven, ven pronto!

Cuando llegué, ví en efecto un puerco espin de tamaño regular, atacado por los perros, que cuando se le acercaban erizaba las puas de tal suerte y con tal rapidez, que sus dos contrarios, con el hocico ensangrentado, no acertaban por dónde entrarle.

Viendo esto Santiago, y que la lucha no llevaba trazas de acabarse, sacó del cinto una pistola, y disparándola casi á boca de jarro, tuvo tan buen acierto que la bala penetró por la cabeza de la fiera quedando muerta en el acto.

Reprendí á mi hijo su demasiada viveza, pues con la precipitacion hubiera podido causar la muerte de alguno de los perros; pero el ardor de la victoria tenia tan entusiasmado al chico, que apénas escuchó mis razones, sin pensar más que en ver cómo se apoderaria del puerco—espin. Ayudado por su hermano, atóle su pañuelo al cuello, y arrastrándolo por el suelo lo presentó á su madre, que tenia al lado á Franz, la cual se hallaba inquiera por nuestra ausencia y por el disparo que habia oido.

—¡Mira, mamá, venía gritando, qué animal tan terrible he muerto de un pistoletazo! es un puerco espin, que nos hemos de llevar porque papá dice que es bueno para comer...

A la par que mi esposa felicitaba al niño por su hazaña, demostró no llenarla del todo la proposicion. Ernesto, sin atender á lo que su hermano decia, se puso á examinar detenidamente la fiera, é hizo la observacion de que tenia dientes incisivos y que sus orejas y piés se asemejaban á los del hombre.

—Allí te hubiera yo querido ver, continuó Santiago dirigiéndose á su hermano con cierta arrogancia; allí, allí, y hubieras visto como erizaba las puas contra los