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CAPÍTULO VIII.

servirian para lo que las destinaba haciendo veces de lo que en Europa llaman lija, á Ernesto se le ocurrió una observacion que no debo dejar desapercibida:

—Es una suerte, nos dijo, despues de reflexionar algun tiempo y de oir hablar sobre la voracidad del tiburon, á quien pudiera aplicársele el nombre de lobo marino, que Dios le haya colocado la boca bajo el hocico y no al extremo.

—¿Y por qué? le pregunté.

—Porque tan ágil y gloton como es, á no verse obligado á volverse de espalda para afianzar su presa, él sólo hubiera bastado para despoblar el mar.

—¡Bravo, señor filósofo! justísima es tu observacion, y si es cierto que no están á nuestro alcance los secretos del Criador, nos es permitido conjeturar sobre ellos.

Distraidos de esta manera advertímos que tocábamos en la misma playa de donde cuatro horas ántes habíamos salido. Nadie salió á recibirnos, lo cual me extrañó tanto como la vez primera; pero á nuestras voces otras correspondieron de léjos, y á poco llegó mi esposa y los otros niños, que venian de la parte del arroyo: Franz con una caña de pescar, y Santiago con un pañuelo cogido por las cuatro puntas y lleno de algo imposible de adivinar, que luego supímos ser cangrejos de agua dulce.

—¿Y quién ha sido el descubridor de ese nuevo tesoro? exclamé al verlos.

—¡Yo, papá! dijo Franz todo gozoso. Has de saber que estando entretenido en coger chinas á orillas del arroyo, tropecé con el cadáver del chacal que ayer arrojámos al agua, el cual estaba cubierto de cangrejos; Santiago acudió á tiempo, y con el agua á la rodilla me ayudó á cogerlos; más traeríamos si no hubierais venido tan pronto; pero con todo, no deja de haber bastantes.

—Bastn por hoy, hijos mios, les contesté; á ejemplo del pescador que lo entiende, echad al agua los más pequeños, que allá parecerán, y nos quedarémos con los mayores. Demos gracias á Dios que proporciona este nuevo recurso á nuestras necesidades, y no abusemos de sus dones.

Despues que volvieron á su elemento natural los cangrejillos chicos y que mi esposa recogió los que restaban, nos dejó para preparar la comida. Interin esta se disponia, se sacaron á tierra los palos destinados á construir el puente, los cuales formaran la almadía que quedara en la playa. Santiago, durante nuestra ausencia, ya se habia anticipado á buscar el sitio más conveniente para fijarle; y habiéndomelo mostrado, ví que en efecto era el más ventajoso, ya por ser el punto más estrecho del arroyo y por estar sus orillas á igual altura, como tambien por dar la casualidad de haber á un lado y otro gruesos troncos de árboles que parecian allí expresamente colocados para servir de estribos. La única dificultad consistia en la distancia que mediaba desde este punto al en que se encontraba la balsa. Carecíamos de todo lo necesario para un transporte de tanto peso, y rayaba en lo imposible que lo lleváramos á cabo; pero acordándome del asno y la vaca, y de la manera sencilla con que los lapones, segun habia leido,