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EL ROBINSON SUIZO.

indagar la causa que reunia en aquel sitio tantos pájaros, lo cual logré auxiliado por el viento.

Ernesto, que no perdia de vista el islote, dijo: Creo que no debe ser otra cosa sino algun gran pescado muerto que atrae las aves.

En efecto, tan pronto como saltámos en tierra vímos entre la arena, medio cubierto por el agua, el cadáver de un pez monstruoso, al que devoraban aquellas aves de rapiña con tal glotonería, que á pesar de nuestra algazara y de un arcabuzazo disparado á quema ropa al grupo, no abandonaron su presa. Era el tiburon que Federico matara la víspera y que aun conservaba, brotando sangre, las heridas de la cabeza por done le penetraron las balas.

—Si pudiéramos ahuyentar estos pajarracos, dije á los niños, no sería malo arrancar algunas tiras de su pellejo, que es durísimo y áspero, el cual en caso necesario hasta puede servir de lima.

Al oirme Ernesto, sacó la baqueta de su carabina, y repartiendo palos á derecha é izquierda á aquel enjambre hambriento, pudo al fin ahuyentarlo, y una vez dueños del campo, cortámos á la ligera algunos trozos del pellejo del mónstruo que depositámos en la balsa. Y no fue la única ventaja que nos proporcionó este incidente, porque examinando de paso la playa del islote, que en resúmen no era sino un banco de arena, la encontrámos cubierta de maderos de todas formas y dimensiones arrojados por la marea, tristes restos de buques naufragados. Este precioso é inesperado hallazgo nos ahorró el trabajo de ir hast el buque. Elegí pues entre los mástiles rotos que allí encontrámos los que me parecieron más adecuados á mi proyecto, y despues, con ayuda de ganchos y palancas de que íbamos provistos, los fuímos poco á poco sacando de la arena y acercándoles al mar, para que flotasen. Unidos todos entre si por medio de travesaños clavados, se formó una especie de almadía, la cual remolcámos con un cable sujeto á la proa de nuestra balsa.

Para abreviar el viaje de retorno y hacerle ménos incómodo, traté de aprovechar el viento de la costa, y despues de algunas maniobras demasiado hábiles y superiores al alcance de marinos tan poco experimentados como lo éramos, vímos con alegria hincharse la vela y arrastrar majestuosamente la balsa hácia la playa. Durante la travesía, en la que los remos estaban quietos, Federico, siguiendo mis instrucciones, clavaba las tiras de la piel del tiburon en el mástil, para que estiradas se secasen al sol. Ernesto, cuyo fuerte era la historia natural, examinaba cuidadosamente las aves que con la baqueta habia muerto, y como conocedor de sus diferentes especies, se extendió en algunas particularidades bastante curiosas sobre el menguado instinto de las gaviotas y otras aves marinas, que no se alimentan sino de peces muertos, lo que dá á su carne un sabor tan detestable que es imposible comerla. De las gaviotas la conversacion giró sobre los trozos de pellejo que Federico se esmeraba en estirar, y que á pesar suyo arrugaba el calor; pero como le advirtiese que hasta en ese estado nos