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CAPÍTULO VIII.

—Pues bien, la contesté, una vez que este cambio es ya una necesidad para ti, harémos la prueba yéndonos á establecer junto á esos asombrosos árboles, sin dejar por esto de conservar nuestra actual habitacion para que nos sirva como una especie de apeadero y de almacen para conservar la pólvora; y cuando por medio de barrenos haya hecho volar en algunos puntos las rocas que bordean el arroyo, será una fortaleza donde nadie podrá penetrar sin nuestro permiso. Pero ántes de todo y de salir de aquí con armas y bagajes es indispensable construir un puente para pasar el arroyo con más descanso y seguridad, que como hasta ahora se ha practicado.

—Eso no te apure, repuso mi esposa, deseosa de remover todo obstáculo á su proyecto, ¿para qué meterse en tamaña obra que retardará hasta Dios sabe cuándo nuestra traslacion? ¿No hemos pasado todos el arroyo á pié? El pollino y la vaca bien podrán trasladar lo demás. ¿Has calculado lo que es un puente?

La demostré como pude la insuficiencia de esos medios y el peligro que ofrecia el arroyo en la estacion de las lluvias, que imposibilitarian su paso ó al ménos lo harian peligroso, corriendo el riesgo de perder el ganado y hasta de resbalarnos ó tropezar alguno de nosotros cayendo en la corriente, lo cual nos ocasionaria además del susto un chapuzon estemporáneo. El puente que tengo ideado no es obra tan colosal como te parece; miéntras que tú arreglas los más indispensables aparejos para las bestias, mis hijos y yo lo construirémos, y nos servirá para siempre.

Mi esposa se rindió al fin á mis razones. ¡Sea lo que Dios quiera! contestó resignada. En seguida despertámos á los niños para enterarles de nuestros proyectos. La idea de cambiar de domicilio, y sobretodo junto á aquellos grandes árboles, les colmó de alegría; pero lo de hacer primero un puente para emigrar á lo que ellos ya llamaban la tierra de promision, no les agradó tanto, previendo el gran trabajo que les aguardaba para su construccion.

Miéntras que mi esposa, que ya ordeñaba la vaca y las cabras, nos preparaba una buena sopa y leche abundante para el desayuno, ocupéme con mis hijos en echar lastra á la balsa, pensando en dar otra vuelta al buque para proporcionarnos la madera necesaria para la construccion del puente. Estando en esto, nos llamaron para el almuerzo, y terminado, me embarqué con Federico y Ernesto, á quien nombré segundo remero, previendo que la balsa necesitaria más fuerza para su manejo y direccion, cargada con el gran peso del maderámen que debia trasladar. Lisonjeado Ernesto con el favor que le dispensaba, tomó el remo y le manejó con la mayor destreza; y dirigiéndonos á la embocadura del arroyo, su rápida corriente nos sacó muy luego de la bahía.

Apénas estábamos fuera de ella y á la vista de un islote que se hallaba al paso, vímos una multitud de gaviotas y otras varias aves de mar revoloteando que nos aturdian con su pio pio, parándose unas y emprendiendo otras el vuelo desde aquel punto de tierra. Desplegué la vela á fin de cortar la corriente y acercarnos para