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CAPÍTULO VII.

den correr de esa manera al salir del huevo como lo hacen las perdices, los pavos, las gallinas y demás aves de esta especie; y respecto á las que hemos visto, por los colores de la pluma y forma del pico, creo poder asegurar que son avutardas.

—Creo, señor maestro, le dije entónces, que más os hubiera valido estar listo y apuntarla bien, que no entretenerse en reparar el color de las plumas y el pico del ave; pero casi me alegro de que no les dispararas, pues tu destreza hubiera privado á la pobre cria de sus padres. Olvidémoslo ya, y sigamos adelante.

«Estando en esta conversacion llegámos á la alameda. Multitud de pájaros de toda especie trinaban revoloteando alegremente entre las ramas sin asustarles al parecer nuestra presencia. Los niños anhelaban dar muestras aquí de su puntería; pero no se lo permití, y con tanta más razon, cuanto que sus ensayos hubieran sido infructuosos á causa de la grandísima elevacion de los árboles, en cuyas copas se posaban las aves fuera de alcance.

«Lo que de léjos me pareciera alamedilla ó bosquecillo, visto de cerca no era sino un grupo de hasta doce ó catorce árboles, pero tan gruesos y elevados, que jamás los habia visto semejantes; y lo más extraño era que estos gigantescos árboles formaban como un vastísimo pabellon, sostenido maravillosamente en el aire por una especie de arcos formados de raíces enormes, que presentaban el árbol como arrancado de cuajo fuera de la tierra, y su tronco sin adherirse á ella sino por la raíz más pequeña, situada en el centro.

«Santiago se encaramó á uno de los arcos, y valiéndose de un cordel midió la altura, que no bajaba de treinta y cuatro piés, contándose hasta cuarenta á cincuenta desde el suelo hasta el nacimiento de las raíces, y la circunferencia total de estas constaba de unos cincuenta pasos; la hoja es parecida á la del nogal, y por consiguiente su espesura da mucha sombra; mas no pude descubrir fruto alguno. Cubierto el suelo de menudo y fresco césped y sin maleza alguna, parece una verde alfombra, convidando todo en este ameno sitio para cómodo y agradable descanso.

«Le encontré tan de mi gusto, que lo elegí para el almuerzo, y sentados sobre la yerba comímos con el mayor apetito. Los perros, á los cuales hacia rato habíamos perdido de vista, se nos juntaron, y echados á nuestros piés se durmieron sin querer probar bocado.

«Ibame embelesando por instantes la belleza del sitio, y discurriendo en el aislamiento y desamparo de nuestro solitario albergue, se me figuraba que si encontrásemos medio para disponer un asilo en las ramas de aquello árboles, estaríamos más resguardados de toda suerte de peligros; y como al mismo tiempo me parecia dificultoso encontrar sitio que reuniese más ventajas, resolví no pasar adelante y dar la vuelta; pero variando de camino y siguiendo el de la playa para ver de paso si el mar habia arrojado á ella algunos restos del buque que se pudieran aprovechar.