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CAPÍTULO LVIII.

de que carecia, tomé del brazo á Isabel y arranquéla del sitio de su contemplacion funesta, regresando á nuestra morada que nos pareció desierta y lúgubre. En seguida me puse á escribir estas postreras páginas, que la lancha del capitan todavia amarrada á la costa para llevarse lo que se haya olvidado, conducirá al buque ántes de una hora. Mis hijos recibirán en estas líneas empapadas de lágrimas mis últimas bendiciones. ¡Dios sea con ellos y con nosotros!

¡A Dios, Europa! ¡A Dios, querida patria que no veré mas! ¡Así la Nueva Suiza florezca como tú en mi edad temprana! ¡Ojalá sean tus habitantes siempre dichosos, pios y libres!




fin.