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EL ROBINSON SUIZO.

—Caballero, prosiguió apretándome la mano, no encuentro palabras para expresar la admiracion y entusiasmo que me inspiran las maravillas que en este eden ha llegado V. á realizar. La mano del Señor está con V. y á ella debe la verdadera felicidad que disfruta en tan deliciosa morada léjos del mundano bullicio y en medio de riquezas de la creacion. Mi esposo y yo partímos de Inglaterra en busca de calma y sosiego: ¿dónde se encontrarán mejor que aquí? Si no halla V. inconveniente, nos darémos por felicísimos estableciéndonos en un rincon de sus dominios.

Accedí de todo corazon á su ruego, añadiendo que sería para mí una gran satisfaccion que se quedasen para siempre en la Nueva Suiza.

—¡Viva la Nueva Suiza! respondió un coro de voces enternecidas.

—Ahora bien, proseguí en tono grave dirigiéndome á mis hijos: estais en vísperas de que se realicen vuestros dorados sueños de volver á la Europa civilizada, donde hallaréis cuantos recursos ofrece la sociedad á sus moradores. La ocasion es propicia y puede decirse providencial. En diez años este ha sido el único buque que se ha presentado en nuestras costas; solo Dios sabe cuántos pasarán hasta que aparezca otro, y así aprovechando esta coyuntura podeis decir libremente si preferis partir con el capitan Littlestone, ó veros quizá para siempre condenados á permanecer en esta isla. Vuestros padres están dispuestos á sacrificarlo todo por vuestro porvenir y felicidad; el cielo se ha anticipado á mitigar su soledad con la aparicion de una nueva familia. Gracias al Señor por todo, y cúmplase su voluntad.

Ernesto manifestó que permaneceria siempre con nosotros en sus puestos de primer profesor de historia natural de la Nueva Suiza y conservador del museo de Felsenheim. Santiago dijo que si el estudio no era capaz de entretenerle como á su hermano, la caza y sus hábitos campestres le agradaban más que todo lo que pudiera conseguir en Europa. En los semblantes de Federico y Franz conocí desde luego el embarazo en que se encontraban para hablar cuando les tocase, adivinando lo que pasaba en su ánimo; y habituado á penetrar sus más recónditos sentimientos, ántes que desplegasen los labios les dije:

—En cuanto á tí, Federico, penetro tu ardiente deseo de volver á Europa. Léjos de sentirlo, alégrome de ello: es justo que como el mayor de la familia la representes en aquella parte del mundo. Por lo que á tí hace, proseguí dirigiéndome á Franz, aun eres muy jóven para privarte de las ventajas que la civilizacion y el contacto del mundo pueden proporcionarte. Tu hermano será tu mentor, y Dios hará lo demas.

Arrojáronse ambos á mis brazos derramando copiosas lágrimas en respuesta á mis palabras, que colmaban los deseos del primero y último de mis hijos.

—No lloreis, díjeles enternecido, vuestras aspiraciones son las mias y siempre he contado con ellas. El universo entero pertenece al Todopoderoso, y la patria del hombre está en cualquiera parte donde pueda vivir dichoso y ser útil á