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CAPÍTULO LVIII.

embarazo consistia en saber cuáles de mis hijos elegiria para el viaje, pues una razon igual militaba para todos, y así convinimos en aguardar algunos dias, gobernándonos de manera que dos de los chicos quedasen conformes y gustosos en nuestra compañía, miéntras los restantes partirian con el capitan á Europa.

Al dia siguiente tuvímos la satisfaccion de ver resuelto el problema. Durante el desayuno acordámos que el capitan nos acompañase á Felsenheim con su piloto, el guardia marina y la familia del ingeniero, que despues de tantos sufrimientos y penalidades necesitaba la comodidad de una habitacion sana y agradable.

La travesía fue un viaje de recreo para la escuadrilla, pues todos los corazones rebosaban de esperanza en un porvenir dichoso, y la seguridad de su pronta realizacion animaba los semblantes.

¡Cuál fue la sorpresa de nuestros huéspedes cuando al doblar el promontorio se les apareció de repente en todo su esplendor é iluminada por los rayos del sol la deliciosa bahía de Felsenheim! El entusiasmo llegó á su colmo cuando el batería del fuerte de la Isla del tiburon saludó nuestra entrada con once cañonazos, ondeando majestuosamente á la brisa matinal el pabellon de la Gran Bretaña.

—¡Amena morada! ¡familia mil veces dichosa! exclamó la señora Wolston suspirando, miéntras la menor de sus hijas preguntaba si aquello era el paraíso.

El paisaje presentaba á cada momento escenas nuevas, animándose por grados con cuantos seres vivientes encerraba la mansion. A cada paso nuevos éxtasis, nuevos asombros. En medio de la confusion general dispuse trasladar al enfermo á mi cuarto, donde mi esposa reunió los más cómodos muebles, y donde lady Wolston encontró un lecho preparado junto al de su marido.

Breve fue la comida porque aun teníamos que visitar ántes de ponerse el sol las demas maravillas de nuestros dominios, enseñando luego á todos con orgullo la gruta de la sal, el Puente de familia, el árbol gigante de Falkenhorst y su castillo aéreo, Prospecthill, las plantaciones, y cuanto nuestra laboriosa industria habia creado en la solitaria isla, animada al presente con una vida nueva. La más franca y cordial intimidad reinaba ya entre nosotros. La diferencia de idioma y la dificultad de comprenderse desaparecia ante las animadas señas é inteligentes miradas de los interlocutores. Mis hijos no parecian ya los mismos: sus modales y hasta el aire de sus fisonomías se presentaban como cambiados.

Al anochecer se restableció la tranquilidad, y nos encontrábamos reunidos en la galería cuando de repente se apareció ante todos lady Wolston que nos habia dejado para cuidar á su esposo, y dirigiéndose á Isabel y á mí nos dijo que venía en su nombre y de su marido á suplicarnos les concediésemos el permiso de quedarse en Felsenheim por algun tiempo hasta el completo restablecimiento del pobre ingeniero, juntamente con su hija mayor, miéntras la menor iria á buscar á su hermano al Cabo de Buena Esperanza para volver juntos y permanecer todos aquí quizá para siempre.