Página:El Robinson suizo (1864).pdf/483

Esta página ha sido corregida
438
EL ROBINSON SUIZO.

Esta última frase nos hizo reir á todos, y repitiendo los bríndis apretámos cordialmente la mano que el capitan Littlestone nos tendia.

Entre tanto, aguardándonos el resto de la familia á alguna distancia en la pinaza, nos despedímos del capitan invitándole á que pasase á bordo de aquella, lo cual aceptó con el mayor gusto suplicándome me adelantase para anunciar á mi esposa su visita.

Sin pérdida de momento nos reembarcámos en la chalupa y llegámos en breve al barco donde nos esperaban los nuestros. El mensaje que traíamos puso en conmocion á todos; pero restablecida la calma, en pocos minutos se preparó lo necesario para recibir dignamente al capitan de la marina inglesa.

No habia pasado media hora cuando la lancha de la fragata se dirigió hácia nosotros llevando al capitan, al primer piloto y á un guardia marina llamado Dunsley, á quienes mi esposa ofreció un sencillo refresco que fue aceptado con reconocimiento.

Pronto reinó la más cordial franqueza entre la familia y los nuevos huéspedes, acordándose que ántes de anochecer nos trasladaríamos todos al buque inglés para pagar la visita. El capitan nos participó que entre los enfermos se encontraba un ingeniero llamado Wolston, á quien cuidaban su esposa y dos hijas de doce ó catorce años, tan amables y finas como agraciadas. Grata nos fue con tal circunstancia la velada, prolongándose la visita hasta muy entrada la noche. La perspectiva de un regreso por tanto tiempo deseado y la confianza establecida entre colonos y recienvenidos, dieron á nuestras relaciones la apariencia de una amistad de veinte años. El capitan no permitió que pasásemos á descansar en la pinaza, tambien atracada en la bahía, y nos quedámos en las tiendas de campaña que ya tenia dispuestas.

No referiré la larga plática que mi fiel compañero y yo tuvímos esta noche. El capitan era por demas atento para abrumarnos con ofrecimientos y preguntas, y por nuestra parte no queríamos franquearnos con él ántes de saber si nos asistian poderosas razones para desear nuestro regreso á Europa. Asaltábanme á veces tentaciones de quedarme en la apacible morada que la Providencia nos deparara, renunciando para siempre á las dudosas ventajas que nos brindaba la vida civilizada. Mi esposa deseaba terminar sus dias bajo el hermoso cielo que habitábamos; yo me encontraba cada vez más apegado á mi nueva vida, y como los años iban corriendo, tocábamos ya á una edad en que los azares y aventuras carecen de atractivo y en que sólo se apetece el reposo y la quietud. Isabel hubiera deseado que yo departiese para Europa con los dos hijos mayores á fin de traer algunos compatriotas con quienes fundar una colonia floreciente que recibiria el nombre de Nueva Suiza.

Por último, quedó resuelto no decidir nada hasta explorar la voluntad de toda la familia, y confiar sobre la marcha nuestros proyectos al capitan Littlestone con intento de poner esta colonia bajo la proteccion de Inglaterra; pero el mayor