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CAPÍTULO LVIII.

y Franz hacian de marineros, y yo iba sentado junto al timon. Los cañones de la pinaza estaban cargados, y sobre el puente de proa se colocaron á prevencion cuantas armas ofensivas y defensivas pudiéramos necesitar, como fusiles, sables, hachas, picas, etc. Lo más probable y casi cierto era que no llegaria el caso de hacer uso de ellas; mas por si sobrevenia algun engaño estábamos dispuestos á vender caras nuestras vidas.

La escuadrilla atravesó la bahía con precaucion y llegó felizmente á la punta del cabo que ocultaba el fondeadero donde se hallaba anclado el buque inglés.

Cuando le descubrímos claramente la sorpresa y el placer embargó el uso de la palabra á los tripulantes.

—¡Iza la bandera inglesa! les grité con voz estentórea.

Al instante flotó en los aires un pabellon igual al que flameaba en los mástiles de la fragata.

Si extraordinarias eran las sensaciones que nos embargaban en aquel momento al proximarnos á un buque europeo, no lo eran ménos las de la tripulacion inglesa al ver la seguridad y confianza con que á velas desplegadas se les venía encima nuestro barco. Si hubieran sido piratas, de seguro les ganábamos la accion y hubiéramos llevado la mejor parte en la embestida; pero la satisfaccion y alegría reemplazaron la inquietud de los primeros instantes. Fondeada la pinaza á dos tiros de fusil del buque, de una y otra parte se cambiaron los saludos y salvas, y trasladados Federico y yo á la chalupa abordámos la nave británica.

Recibiónos el capitan con la franqueza y cordialidad que distingue á los marinos, y llevándonos á su cámara, un vaso de víno del Cabo cimentó la alianza establecida entre nosotros. En seguida nos preguntó afectuosamente á qué dichosa casualidad debia la satisfaccion de ver flotar el pabellon inglés en esta solitaria costa.

Referile sucintamente la historia de nuestro naufragio y permanencia de diez años en la desierta isla. Él por su parte nos dijo que se llamaba Littlestone, que tenia el grado de teniente de navío en la marina real, y que dirigiéndose al Cabo de Buena Esperanza con despachos y correspondencia de Sydney y Nueva Holanda, una tempestad de cuatro dias le obligó á torcer el rumbo hácia nuestras costas, para él desconocidas, donde pensaba renovar su provision de leña y agua.

—Ocupados en eso, prosiguió, oímos vuestros cañonazos á los que respondímos en seguida. Al dia siguiente nuevas descargas vinieron á convencernos de que no estábamos solos en la costa que yo creia desierta; en vista de lo cual resolvímos aguardar á que la casualidad ó cualquiera otra causa nos pusiese en relacion con los que reputábamos desde luego náufragos, y como tales, compañeros de infortunio. Pero en vez de eso he tenido el placer de encontrar una colonia organizada con visos de potencia marítima, cuya alianza solicito en nombre del Reino Unido de la Gran Bretaña.