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CAPÍTULO LVIII.

hasta el buque; fue preciso inteponer mi autoridad para contener su arrebato, haciéndole observar lo fatales que pudieran ser sus consecuencias, pues no habia completa seguridad de que fuese un buque verdaderamente inglés al que teníamos delante, pudiendo acontecer lo acaecido algunas veces, que cualquier corsario malayo recurriese á la estratagema de enarbolar el pabellon de una nacion europea bien conocido en los mares para ejercer mejor y á mansalva sus piraterías, engañando con semejante apariencia y atrayendo con más seguridad su presa.

Quedámonos pues quietos y en observacion tras del peñasco, examinando con el anteojo cuanto pasaba en el buque. Sobre la playa reparé que se habian armado dos tiendas de campaña, y cerca de ellas se veia una mesa llena de frutas y un hornillo de piedras en el que ardia un fuego al que se asaban varios tasajos de carne. Al rededor de esta especie de campamento circulaban hombres, miéntras dos centinelas se paseaban gravemente sobre el alcázar del buque, los cuales sin duda debieron apercibirnos, pues el uno bajó á dar sin duda parte de ello al capitan, que subió en seguida al puente y dirigió su catalejo hácia nosotros.

—¡Son europeos! exclamó Federico, no hay sino ver el rostro del capitan; el color de los malayos es casi cobrizo, y aquel es blanco y muy blanco.

La observacion de mi hijo me pareció justa; sin embargo, no bastó para infundirme una seguridad completa, y así nos contentámos con acercarnos á la bahía, haciendo maniobrar nuestro caïack con cuantas evoluciones nos permitia la destreza adquirida especialmente por Federico en su manejo. Al mismo tiempo nos pusímos á cantar con toda la fuerza de los pulmones una cancion de nuestro país, y concluida, ya más cerca con la bocina pronuncié claramente estas tres palabras inglesas: Englishmen good men (ingleses buena gente), las cuales no obtuvieron respuesta; pero el canto, la extraña construccion del esquife y sobretodo el traje nos hicieron aparecer como salvajes en concepto del capitan y otros de la tripulacion, y en esta persuasion agitaban los pañuelos haciendo señas de que nos aproximásemos, enseñándonos al propio tiempo cuchillos, tijeras, collares, brazaletes de vidrio y otras bujerías que tanto aprecian los habitantes del nuevo mundo. Semejante desprecio no pudo ménos de causarnos risa; pero no juzgámos oportuno avanzar más por entónces, y una vez convencidos de las buenas disposiciones de los recien llegados quisímos presentarnos á ellos con más pompa y dignidad. Les saludábamos por segunda vez con la palabra englishmen como para acabarles de persuadir que les conocíamos, y sin aguardar á más dí la señal de retirada y desaparecímos de la bahía con toda la rapidez que permitian nuestras fuerzas. El júbilo nos las daba cada vez mayores, pensando en que el dia siguiente sería para esta familia desterrada el primero de una nueva era, ensanchándose los límites de nuestra existencia desde el momento en que se renovasen nuestras relaciones con los hombres.

En poco tiempo llegámos á la altura de Falkenhorst, donde la familia nos