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EL ROBINSON SUIZO.

Ejecutáronse las reparaciones posibles, y cuando las inmediaciones de la gruta quedaron suficientemente arregladas pensámos en nuestras lejanas posesiones. Federico y Santiago se brindaron á practicar un reconocimiento previo en la Isla del tiburon para ver si las necesidades de la colonia reclamaban ó no nuestra presencia en aquel punto y si los huracanes habian menoscabado las construcciones militares. Consentí y partieron en el caïak.

Ya dejo atras dicho que habíamos convenido en entendernos desde el Fuerte del tiburon á la costa de Felsenheim por medio de ciertas señales. La bandera blanca izada en el punto más alto indicaba que no ocurria novedad, la encarnada significaba que se divisaba algo, y dos cañonazos de añadidura, que el objeto percibido se veia ya claro y venía hácia nosotros.

Los dos pasajeros llegaron pronto al islote, y despues de recorrerle por el interior y la playa se tranquilizaron al ver que el invierno no habia causado el menor daño en el establecimiento, ni en el fuerte, ni en las plantaciones del llano; únicamente mirando á lo léjos en el mar, se notaba tal cual árbol flotando; pero nada de ballenas ni otros mónstruos marinos en la costa.

Habia prevenido á mis hijos que al desembarcar disparasen dos cañonazos, tanto para anunciar el término de su travesía como para asegurarse de si la artillería se encontraba tambien en buen estado; pero mi gente, abusando del permiso, se divirtió grandemente gastando pólvora con una prodigalidad del todo contraria á la prudente economía que se debia observar con tan preciosa riqueza.

Pero ¡cuál sería su asombro y emocion cuando á los dos minutos de su último disparo oyeron distintamente hácia el Oeste y en direccion de la Bahía del Salvamento otros tres cañonazos que correspondieron á su señal! La sorpresa, la esperanza y el temor les dejaron por algun tiempo inmóviles y mudos; pero algo repuesto Federico rompió el silencio apretando la mano de su hermano entre alegre y ansioso.

—¡Hé ahí hombres, hermano mio, hombres! ¡A la mar, á la mar, sin perder momento!

Saltar en el caïack, llegar á la playa donde les aguardábamos y arrojarse en mis brazos todo fue obra de un momento.

—Y bien, les dije: ¿qué hay de nuevo?

—¡Papá, papá! exclamó Federico que apénas podia respirar. ¿No lo ha oido V.?

Iguales palabras me repitió Santiago.

—Sí he oido, respondí, y por cierto que la salva no ha sido escasa. No sé á qué venía ese gasto inútil.

—No es eso, papá mio, no es eso, repusieron. Lo que decimos es si V. ha percibido otros tres cañonazos que hemos oido sonar á lo léjos.

—Habrá sido el eco, interrumpió friamente Ernesto.

Picado Santiago de tan extemporánea observacion replicó con aspereza: