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CAPÍTULO LVII.

recogió gran cantidad, y la calera sirvió para reducirla á cenizas convirtiéndola en sal alcalina, propia para hacer vidrio y jabon.

Gracias á la actividad desplegada, cuando llegó la tarde y nos pusímos á comer, la pinaza estaba cargada de cuanto habíamos de trasportar, y aparejada cada cosa de la mejor manera en los tres buques de nuestra escuadra, leváronse anclas en direccion á Felsenheim. La vela de la pinaza, hinchada por el favorable viento, hacíala andar majestuosamente, y el caïack de Federico, en el que Franz por primera vez quiso tomar asiento, abria la marcha guiándonos entre los escollos. Cuando estuvímos á la altura de Prospecthill propuse descansar un rato en la Granja. Federico y su hermano nos pidieron permiso para continuar la ruta, y adelantarse á preparar el alojamiento en Felsenheim.

Todo se encontró en órden en la alquería. Las colonias de volátiles prosperaban cada vez más, así como los plantíos recien restaurados.

De Prospecthill fuímos á tocar en el Islote del tiburon, donde los conejos de Angora nos facilitaron buena provision de fino y sedoso pelo. Del islote singlámos con rumbo á la costa de Felsenheim, y apénas divisámos el techo del palomar cuando cuatro cañonazos saludaron nuestra llegada. Esta prevision de Federico y Franz causó grande efecto; únicamente el doctor Ernesto puso el reparo de que la salva debiera haber sido de número impar de cañonazos.

—Lo que han hecho, dijo magistralmente, es lo contrario de lo que prescriben los usos marítimos, y denota que nuestros artilleros los ignoran.

La observacion del sabio era fundada, pero por más que la exagerase la dímos poca importancia, si bien para compensar la falta de nuestros artilleros respondímos á su salva con otra de siete cañonazos.

Poco despues vímos venir á Federico y Franz en su bote, que nos recibieron á la entrada de la bahía, escoltándonos hasta la costa, y desembarcando ántes que nosotros facilitaron el abordaje, con especialidad á la buena madre que no cabia de gozo al verse otra vez en su cómoda residencia.

Entre tanto la mala estacion se venía encima, y alguno que otro repentino chubasco nos anunciaba que era menester activar el esquilmo de los frutos y poner á buen recaudo las provisiones de invierno, dándonos tanta prisa que cuando comenzaron el viento y las lluvias fue preciso cerrar la puerta de nuestra morada, ya todo estaba en cobro.

Diez años de estancia en la isla parece que ya debian habernos acostumbrado á los crudísimos inviernos de estas regiones; con todo, cada vez nos entristecian más, y no era extraño, atendido el completo trastorno de la naturaleza que precedia y terminaba los meses de reclusion forzosa. El mar se alborotaba y conmovia en sus profundos abismos; el viento, los truenos, los relámpagos, todo conspiraba á hacer temer una pavorosa crísis, cuyos límites pudieran alguna vez exceder lo que imaginar cabia.

Pero no habia más remedio que pasar por ello y aminorar en lo posible el