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CAPÍTULO LVII.

aproximámos y vímos á los perros luchando á brazo partido con una manada de lobos negros, á los cuales encontraron ocupados en destrozar un costado del cetáceo [1]. Dos de estos parásitos estaban ya espirando en la arena, otros dos resistian aun á los alanos, y el resto huyó hácia la costa cruzando el mar por un sitio vadeable. Algunos chacales que les habian acompañado en la expedicion tomaron el mismo camino, costándonos trabajo contener al de Santiago, ansioso de seguir sus huellas y contento sin duda con el imprevisto encuentro de sus compañeros.

Los perros alcanzaron completa victoria. Cuatro lobos yacian por tierra; pero no se consiguió el triunfo impunemente: cosidos á dentelladas los pobres animales se hallaban en el estado más lastimoso. Santiago se encargó de la primera cura, miéntras Federico y Franz me ayudaban en mi ruda faena.

Encaramóse el primero como pudo sobre la espalda del mónstruo, y á hachazos le abrió la cabeza. Cerca de él estaba yo con uno de los sacos preparados, y Federico iba sacando los sesos como si fuera de una cuba y vertiéndolos en el saco, en tanto que Franz con barro desleido revocaba el exterior del talego, cuya costra endurecida luego al sol impidió que filtrase la grasa líquida. Así se fueron llenando los sacos, pues á medida que Federico vaciaba la cavidad del cráneo la médula de la espina dorsal se iba derramando el aquel, hasta que al fin, sin duda por la coagulacion, cesó de salir, no dejando nosotros de aprovechar cuantas vasijas teníamos en los barcos para que el acopio fuese mayor. Tanto estas como los sacos se cubrieron con ramaje para preservar su contenido de los rayos solares y del apetito de las aves marinas que comenzaban á acudir para devorar al cachalote.

Como esas tareas nos ocuparon toda la tarde, fue preciso pensar en la vuelta; la marea estaba alta, y no pudiendo nuestras embarcaciones por su escaso porte contener el cargamento preparado, dispuse que las vasijas pequeñas se llevasen á bordo así como los cuatro lobos muertos, y en cuanto á los sacos de esperma, bien cerrados y amarrados á un cable sólido, Federico lo sujetó al caïack, y así remolcados, como el contenido estaba semicuajado, flotaron como si estuviesen henchidos de aire.

Llegados á la pinaza trasbordáronse las nuevas adquisiciones sin olvidar los lobos, cuyas pieles, lo único que de ellos se podia aprovechar, tenian tambien su precio. La buena madre se alegró de todo, y en particular del aceite y esperma, que la venian de perlas para el alumbrado. Dispuesta ya la cena sentámonos alegremente á la mesa, donde se contaron las aventuras del dia. Excusado es decir que mi esposa se ocupó ante todo en la curacion de los perros por Santiago iniciada, lavando sus heridas con aguamiel hervida con varias plan-

  1. Estos lobos sin duda pertenecen á la especie llamada canis lycaon ó lobo negro, menos comun en Europa y mucho más sanguinario que los otros. (Nota del Trad.)