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CAPÍTULO LVII.


Otro viaje á la Bahía de las perlas.—Cachalote.—Lobos negros.—Esperma de ballena.—Horno de cal.—Barrilla.—Regreso á Felsenheim.—Nuevo invierno.


Antes que el calor echase á perder las pieles de leon ocupéme al siguiente dia en curtirlas, operacion que no quise confiar á nadie para que saliese más á mi gusto. Al efecto las trasladé á la tenería del Islote de la ballena miéntras el resto de la familia quedaba con el encargo de poner en órden para su mejor conservacion las nuevas provisiones adquiridas.

Con los cinco dias que se pasaron en estas diversas faenas y los tres trascurridos desde la pesquería de las perlas, eran ya ocho los que llevaban de estar al sol las ostras, tiempo suficiente para que se hubiesen abierto y se pudiese recoger tan inapreciable tesoro.

A la verdad como estas riquezas de pura apreciacion no nos eran de utilidad inmediata, no ocuparon tanto mi atencion que me hiciesen medir el tiempo; pero Federico, á quien embargaba más que á mí la esperanza del dia en que nuestra situacion cambiase, instóme á que cuanto ántes fuésemos á retirar aquel respetable caudal.

Quedó pues resuelta la partida para el dia siguiente, y á fin de no dejar en cuidado á mi esposa y podernos detener el tiempo necesario en la Bahía de las perlas hasta recogerlas todas, la rogué que nos acompañase en el viaje, fácil y seguro con la pinaza, donde cabíamos todos, ménos Federico que tripularia el caîack para guiarnos.

Aunque como repetidas veces llevo dicho la buena Isabel solia hacer ascos al mar, sin embargo, á trueque de vernos todos juntos y medio persuadida por las seguridades que se la dieron, consintió en ser de la partida, resolucion que llenó de júbilo á la familia, con especialidad á Franz, que segun me manifestó hubiera sentido quedarse por segunda vez inactivo, sin tomar parte en los combates y victorias que se libraban y obtenian.