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EL ROBINSON SUIZO.

—¡Desgraciada Bill! exclamaba Federico, separando el cuerpo de la leona del de nuestra vieja é inseparable compañera. Esta pobre se ha sacrificado por nosotros, como nuestro buen asno cuando la boa, con la diferencia de que aquel salió á buscar el peligro miéntras que la perra ha ido derecha á él. Hé aquí una nueva ocasion para que maese Ernesto componga otro epitafio, que bien lo merece la que tan gloriosamente ha sucumbido por la defensa comun.

—¡Ah! respondió el doctor, no está ahora el horno para rosquillas. Cuando me reponga un poco de los sustos que acabo de pasar me ocuparé de eso; ahora á duras penas encontraria consonantes.

—Si no es en verso que sea en prosa, insistió Federico, para el caso es igual. Miéntras tributamos los últimos honores á la pobre perra, pon en prensa el magin y á ver si tienes compuesto el epitafio para cuando esté colocada la piedra del monumento.

Acto continuo se cavó un hoyo profundo donde sepultámos el cadáver de nuestra vieja compañera. Se cubrió de tierra, y la primera lápida que encontrámos sirvió de losa funeraria. Apénas estaba colocada cuando compareció Ernesto con un papel en la mano.

—De buena gana hubiera querido ser poeta, dijo; pero la musa no ha querido soplar. Bill se contentará con un epitafio en prosa.

En seguida en tono patético comenzó á recitar lo siguiente:

Aquí yace
Bill, perra admirable
por su valor y acrisolada fidelidad;
murió desgraciadamente
bajo las garras de una leona
que mató ella misma.

—¡Bravo! exclamó Federico; te pintas solo en eso de epitafios, sean en prosa ó en verso.

Santiago, para quien era lo mismo una cosa que otra, varió la conversacion manifestando que la velada se habia prolongado más de lo regular y que estaba en el órden natural de las cosas hacer algo por la vida, cuanto más que la cabeza de jabalí á la otaitiana nos estaba aguardando.

—Lo que es por mí, añadió, ya he dormido bastante; aun me zumba en los oídos la música infernal de los leones, y no encuentro ocupacion mejor para el resto de la noche que una buena cena que repare el estómago desfallecido con tantas emociones.

La propuesta de Santiago aceptóse por unanimidad, y miéntras yo curaba las heridas de Folb y Braum, mis hijos desenterraban el asado quitando la triple capa de ceniza, carbon y tierra que lo envolvia. Pero desgraciadamente, en vez del suculento plato con que pensaban regalarse, se encontraron, lo que no