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EL ROBINSON SUIZO.

que todos entren en la chalupa miéntras subo el rio con el caïack para indagar el peligro que nos amenaza.

El plan me pareció acertado y lo puse por obra; echóse cuanta leña se encontró á mano en la hoguera para que diese más resplandor, y sin perder tiempo nos embarcámos en el bote. Federico en breve desapareció en la oscuridad á la sazon completa.

Los rugidos entre tanto no cesaban y cada vez los íbamos sintiendo más cercanos. Los despavoridos perros sin abandonar su puesto cerca del fuego dirigian la vista inquieta al bosque, y su lastimero aullar más bien indicaba terror que audaz animosidad. Maese Knips estaba más asustado que ellos, causando lástima ver lo que sufria en tales momentos. En cuanto á mí la idea del peligro no me espantaba tanto, calculando que sería alguna pantera ó leopardo atraidos por los restos del jabalí que dejáramos junto al bosque.

Poco duró mi incertidumbre, pues á la luz que despedia la hoguera divisé al terrible animal, causa de nuestro terror. Era un leon, y no un leon cualquiera, sino mayor que los que habia visto en las casas de fieras y jardines reales de Europa. A la cuenta habia seguido el rastro del jabalí, salvando en dos ó tres saltos el trecho que mediaba entre el bosque y la playa, en la cual se detuvo inmóvil, mirando al mar con aire de majestad terrible; mas á poco, como acometido de súbita rabia, se levantó, y azotándose el cuerpo con la cola despidió sonoros rugidos, ora clavando los ojos en los jamones que estaban ahumándose, ora en los perros que por instinto de conservacion permanecian atricherados tras la hoguera que servia de obstáculo á la aproximacion de la fiera. Demasiado lo conocia esta y bien lo demostraba en sus ademanes de querer salvar esa para ella insuperable valla y llegar hasta nosotros. Tan terrorífica pantomima se prolongó por algun tiempo, adelantándose el leon unas veces y retirándose otras hasta el arroyo, pero estrechando cada vez más los semicírculos que trazaba con sus movimientos. Por último, cual si meditara despacio la acometida, eligió una posicion cómoda extendiéndose cuan largo era con la cabeza apoyada en las patas delanteras, y nos miró de hito en hito como adivinando que éramos sus verdaderos enemigos. Iba á echarme la carabina á la cara cuando oímos una detonacion: simultáneamente el rey de los animales dió un salto prodigioso, exhaló un horrible rugido y cayó exánime.

—Este tiro es sin duda de Federico, dijo á media voz Ernesto, á quien el miedo casi embargaba el uso de la palabra. ¡Dios mio, salva á mi hermano!

—Creo esté ya salvado, exclamé con alegría. El tiro es de mano maestra y la bala ha traspasado sin duda el corazon de la fiera. Vamos á reunirnos con él.

A pocas remadas ya estábamos en la playa. Los perros al vernos ladraron con más fuerza volviendo la cabeza hácia el bosque, como para anunciarnos que aun habia algo más que temer por aquella parte. No desprecié la indicacion, y renunciando á mi primera idea, y arrojando de paso pábulo á la hoguera, más