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CAPÍTULO LVI.

conducir á la playa el cargamento de carne. Algo costó dar á entender á los alanos y al chacal que su única mision se reducia á acarrear lo que se les encomendaba sin hincarle el diente; pero una continua vigilancia y alguno que otro aviso con un palo aplicado á tiempo suplieron la insuficiencia de las recomendaciones.

Miéntras atábamos á las ramas los restos escogidos de la res, la casualidad nos deparó otro descubrimiento más precioso; reparando Ernesto entre el ramaje de la rastra una clase particular de nueces, abrió una, y en vez de almendra ó pepita halló con sorpresa un algodon finísimo de color oscuro, que reconocí al momento ser el verdadero algodon de Siam con que se fabrica el mahon, cuya tela debe su nombre á la provincia de la China que lo produce con más abundancia, y á la naturaleza el color con que le conocemos. Hicímos pues una buena provision de nueces, cortando algunos renuevos para trasplantarlos en Felsenheim.

El convoy llegó sin novedad al campamento donde me estaba aguardando Santiago ya repuesto de la pasada borrasca. Al ver por segunda vez aunque separada del cuerpo la cabeza de su terrible enemigo, no dejó de sobrecogerse, si bien mostró luego el deseo de que como recuerdo del suceso se conservase en el museo; mas alegando Ernesto que sería sobremanera difícil la diseccion de esta pieza por su tamaño y estructura, y que por otro lado si se echaba á perder sin conseguir el objeto nos privaríamos de un plato exquisito que casi nunca falta en las principales mesas y apetecen sobremanera los gatrónomos, acordóse que en vez de disecar la cabeza del jabalí se asaria con trufas á la otaitiana como se hiciera con el pecari en uno de los años anteriores; con que pasando del dicho al hecho, Federico y Ernesto se pusieron á cavar el hoyo correspondiente, encargándome yo de limpiar bien la cabeza, chamuscar la cerda y preparar los jamones para curarlos ántes de llevárnoslos. En seguida se rellenó la cabeza de trufas, y bien sazonada con sal, especias y nuez moscada se colocó en el hoyo sobre una capa de follaje; y cubriéndola luego con rescoldo y piedras candentes dejóse el resultado á la actividad del improvisado horno.

En tanto que esto se realizase se procedió á acecinar los jamones, encendiendo una hoguera sobre la cual se colgaron de la rama de un árbol á regular altura para que se ahumasen.

Todo el dia se pasó en tan variadas faenas, y al anochecer, creyéndole ya en su punto nos disponíamos á desenterrar el asado y ponernos á cenar cuando un prolongado y formidable rugido salió del bosque á herirnos los tímpanos. Era la primera vez que oíamos tal acento, que repetian los ecos de la montaña, llenándonos de terror inexplicable, en tanto que los perros y el chacal respondian con aullidos.

—¡Vaya un concierto diabólico! dijo Federico echando mano á la carabina para reconocer si estaba bien cargada. Esto parece serio, continuó, y será bien