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CAPÍTULO VI.

Esta decision puso fin á la contienda, y me dió ocasion para estrechar la mano á mi hijo, como para demostrarle la satisfaccion que me causaba el dominio que comenzaba á tener sobre sí mismo.

Al acercarnos á la tienda reparé que nada habia preparado para cenar, y así encargué á Federico que fuése á buscar un jamon de Maguncia. Semejante órden en la situacion en que nos encontrábamos pareció una broma que hizo reir á todos; pero se quedaron estupefactos cuando le vieron volver cargado con un soberbio jamon fiambre de Westfalia, que no habia más que pedir. Imponderable fue el júbilo de mis hijos por semejante aparicion.

—Qué bueno es, exclamó entónces mi esposa; pero mejor será aguardar algo más y freir un poco. En el ínterin aquí tengo algunas docenas de huevos, que si son de tortuga, como asegura Ernesto, saldrá una famosa tortilla, pues manteca no falta, gracias á Dios.

—¿Y qué huevos de tortuga son esos? pregunté admirado.

—Sí, papá, contestó Ernesto; si no lo son, al ménos tienen todos sus caractéres; los hemos encontrado á la orilla del mar soterrados en la arena en la excursion de esta mañana.

—¡Es un nuevo tesoro! ¿Y cuándo y cómo se ha hecho ese descubrimiento?

—Larga sería ahora la historia, contestó mi esposa; despues la referiré minuciosamente, si deseas oirla.

—Pues bien, da prisa á la tortilla y al jamon, y quedará la historia para los postres. En tanto, para entretener el hambre, dije á los niños, acabemos de sacar de una vez el cargamento de la balsa.

Con la ayuda de todos la faena quedó pronto terminada, y cada cosa ocupó su lugar. Se acabaron de reunir los animales, se les quitaron las trabas, y volvímos por fin al hogar, donde nos aguardaba la tortilla más soberbia que podia figurarse. Un tonel vacío sirvió de mesa. No faltaron cucharas, tenedores, cuchillos, servilletas y vasos de cristal. A la tortilla se siguieron unas buenas magras de jamon asadas á la parrilla, y con la galleta fresca, manteca salada y queso de Holanda se arregló una deliciosa cena, á la que dió complemento una botella de vino de Canarias procedente de la despensa del capitan.

Interin saboreábamos la cena, los perros, gallinas, palomos, ovejas, cabras, todos los animales, en fin, nos rodeaban, disputándose las migajas del opíparo festin, en tanto que los gansos y los patos se refocilaban en el arroyo con los cangrejos y otros mariscos que pescaban.

Al finalizar los postres y despues de haber contado nuestras propias aventuras, recordé á mi esposa su promesa, y tras una breve pausa comenzó su relacion de esta manera.