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CAPÍTULO LVI.


Visita al jabalí.—El algodon de Nankín.—El leon.—Muerte de Bill.


A la siguiente madrugada ya estábamos en camino para practicar el reconocimiento del jabalí muerto y decidir en pleno consejo lo que con él hacer debíamos. El pobre Santiago, fatigado con la aventura de la víspera, no daba aun señal de vida. Acompañados de los perros que adivinando nuestro objeto nos seguian contentísimos, dirigímonos al punto donde el animal yacia cadáver. Encontrámos una corpulenta masa de carne, cuyas formas y feroz aspecto me dejaron altamente pasmado; la cabeza era descomunal: á buen seguro que semejante bruto se las pudiera haber con un búfalo y hasta con un leon de los mayores.

—¡Cáspita! exclamó Federico, hé aquí con que suplir los afamados jamones de Westfalia. Este marrano los tiene colosales.

—Pues á mí, dijo Ernesto, poco me llaman la atencion los jamones, que á mi entender estarán más duros que una piedra y con tufo á monte que trascenderá á la legua. La cabeza sí que es una pieza magnífica para el museo. Pero en vez de elogiar las diferentes partes de este animal, mejor fuera discurrir el modo de trasportarle á la embarcacion.

—En cuanto á eso, repuso Federico, si papá quiere dejarme obrar, corre de mi cuenta, y á fe que el trasporte no será dificultoso.

—Por mí, respondíle, estás autorizado para hacer lo que se te antoje; advierto únicamente que, como ha dicho bien Ernesto, me temo que la carne de este africano entrado en años sea peor que la del viejo jabalí de Europa. En su consecuencia, sin privarte de hacer lo que quieras, mi opinion es que en vez de fatigaros en la conduccion de este cadáver, bastante mutilado ya por los perros, sería lo más acertado destazarle aquí y llevarnos los trozos que mereciesen la pena.

Acertada la idea, en seguida se cortaron los jamones y cabeza del jabalí. Con grandes ramas se improvisaron rastras, que tiradas por los perros sirvieron para