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CAPÍTULO LV.

pues de un escrupuloso registro me persuadí de que no tenia mas lesion que el gran susto que le cogia de los piés á la cabeza. Su respiracion era desahogada y todo el mal se redujo á dos leves contusiones.

—¿A qué vienen, le dije, tales lamentos? y ¿tú te precias de cazador valiente? Cualquiera ménos habituado á este ejercicio se riera del lance en vez de deshacerse en lastimeras quejas.

—¡Sí, sí! el caso no ha sido para ménos, repuso el quejumbroso. Si Ernesto y Federico no llegan pronto creo que no quedo para contarlo.

—¡Vaya! ¡vaya! eso no es nada, dije animándole; sosiégate y vamos al campamento donde te repondrás un poco.

El tal campamento se componia de dos bancos y una tosca mesa que dispusímos con piezas de la chalupa. Llevámos á ella al molido mancebo, y por si su terror le acarreaba algun mal resultado díle á beber un vaso de víno de Canarias de la fábrica de Felsenheim, y acostado en el banco sobre mantas de algodon poco tardó en quedarse profundamente dormido.

Dejándole descansar á su placer nos volvímos á la playa, y en seguida dije á Ernesto que me refiriese punto por punto lo ocurrido, porque aun estaba á oscuras sobre el particular.

—Lo que ha sucedido es lo siguiente, respondió el mozo. Encaminábame tranquilo al bosque, cuando olfateando sin duda el perro la proximidad de la caza me dejó para perseguir á un jabalí (al ménos por tal le tengo) que atravesando la espesura se paró junto á un árbol para aguzar los colmillos en el tronco, gruñendo al mismo tiempo de una manera espantosa. A esta sazon llegó Santiago, y su chacal que tambien habia husmeado á la fiera se precipitó furioso sobre ella, miéntras mi perro tambien la atacaba. Al ver la lucha me fuí aproximando con cautela, pasando de un árbol á otro, hasta ponerme á tiro de la bestia, que algo repuesta rechazó al chacal arrojándole á alguna distancia, Santiago entónces disparó contra el jabalí su arma, pero le faltó el tiro, y el bruto furioso reparando en el nuevo adversario dió en perseguirle; sin embargo, Santiago corria más que él y en breve se hubiera librado de todo riesgo á no tropezar en una mata y caer en tierra. Yo disparé igualmente mi arma sin más éxito que mi hermano, que iba á pasarlo muy mal, pues el jabalí estaba ya hocicandole, cuando acudieron los otros dos perros sujetando á la fiera por las orejas de tal modo, que por más que hizo no pudo desprenderlas de sus dientes. Entónces el águila de Federico cayó sobre la cabeza del jabalí espumajoso de rabia, y á los pocos picotazos le cegó. Llega en esto Federico y le descerraja un pistoletazo que entrándole por la boca lo deja muerto en el acto. Al espirar el animal cayó sobre el cuerpo de Santiago, que aun no habia podido levantarse, con lo cual se acrecentó su terror. Ayudéle entónces á incorporarse, y al fin se levantó en la forma que V. le vió haciendo exclamaciones y no acertando á dar un paso. Como en medio de todo me confesó que no estaba herido, encargué á Federico que