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EL ROBINSON SUIZO.

—La esperanza, hijo mio, le interrumpí, es uno de los más grandes bienes que el cielo ha dispensado á la mísera humanidad; es hija del valor y hermana de la actividad. El hombre animoso jamas se desespera, y el que espera trabaja siempre para conseguir el objeto de sus deseos y aspiraciones. Quédense en buen hora para la perezosa filosofía de los débiles las vanas esperanzas de los ilusos mortales. Trabajemos con perseverancia y dejemos á Dios que cuide del buen éxito de nuestros afanes.

Al acabar estas palabras dí la órden de partida y la pequeña escuadra se puso en movimiento.

Federico me habia asegurado que las aguas del canal que íbamos á cruzar eran navegables y que pasado el sombrío túnel llegaríamos más pronto y con más seguridad á la gran bahía. En efecto, la creciente marea nos condujo con tal rapidez á la otra extremidad de la bóveda marina que no fue necesario remar, pudiendo admirar á nuestro placer la magnificencia del pasaje. A entrambos lados veíanse hondas grutas y cavernas que se confundian en las tinieblas. La bóveda presentaba á trechos cúpulas esclarecidas por entrelargas ojivas festoneadas de piedra, ó estalactitas que dejaban entrever techumbres artesonadas con informes rosetones floreados como los de un techo griego. En fin, para concluir de una vez, parecia aquello un gigantesco templo, cuyos cimientos ensayara el gran Arquitecto del universo, sin dignarse dar cima á su portentosa obra.

Los animales marinos se habian posesionado de las vastas galerías, donde á cada paso descubríamos nuevos indicios de sus extraños moradores.

Al salir de la bóveda nos encontrámos, como anunció Federico, á la entrada de una anchurosa bahía de aspecto encantador, y detuvímonos algun tiempo para contemplarla absortos. Tan quietas estaban las cristalinas aguas, que se veia bullir los peces á gran profundidad. Entre ellos reconocí al llamado pez blanco ó breca, cuya reluciente escama sirve para la confeccion de perlas falsas, por lo cual se hace gran comercio de ese pescado en el Mediterráneo. Se lo enseñé á mis hijos, quienes al oir la expresion de perlas falsas trabaron desde luego una discusion [1].

Ignorando los valores convencionales que las sociedades civilizadas dan á ciertos objetos, no comprendian por qué se estimaba tanto la perla que se encuentra dentro de una concha y tan poco á proporcion la que se saca de un pescado, cuando el oriente y la belleza de esta igualan si no superan á veces á los de la otra.

—Aquí lo que se paga, les dije, no es el objeto en sí mismo, sino la dificultad de adquirirlo. Una perla fina ú oriental se apreciaria en muy poco si en to-

  1. Hay dos clases de perlas artificiales, unas que imitan más á las naturales por medio de una vitrificacion incompleta, y otras que son absolutamente trasparentes, pero cuya base interior se ha cubierto con una sustancia opaca: tales son las que aquí se citan como extraidas de ese pescado, y se llaman vulgarmente: esencia de Oriente. (Nota del Trad.)