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EL ROBINSON SUIZO.

Traspuestos los arrecifes llegámos á un punto donde el sereno mar estaba trasparente como luna de espejo, deslizándose pléyadas de nautiles por su tersa superficie. La historia natural entiende por nautil un género de marisco de concha univalva en forma de gondolilla con popa algo elevada, y opinan algunos que del animal que la habita aprendieron los hombres el arte de navegar. Lo cierto es que la forma de la concha se asemeja en todo á la de un barco, y el molusco la dirige por el mar como el piloto un buque cualquiera. Cuando el nautil quiere nadar eleva dos de sus brazos y extiende á modo de vela la delgada y ténue membrana á ellos adherida, sumergiendo otros dos en el agua que le sirven de remos, y otro atras que hace las veces de timon. No permite más agua dentro de la concha que la conveniente como lastre, para caminar con prontitud y seguridad; mas cuando advierte la aproximacion de un enemigo, ó sobreviene una tempestad, recoge su vela, retira los remos y llena la concha de agua para que con su peso se vaya más presto á fondo. Cuando quiere subir á la superficie, vuelve la concha boca abajo, é hinchando ciertas partes de su cuerpo que dilata y comprime á voluntad, logra hender la columna de agua que sobre él gravita, y en llegando á flor de agua endereza su navecilla, la desagua, y desplegando las aletas boga tranquilo á merced del viento y las olas. El nautil es un navegante perpétuo, piloto y barco en una pieza.

La concha ó cubierta calcárea del nautil es delgada como el papel, blanca como la leche, estriada, y contorneada en espiral. El animal que contiene es un pólipo de ocho patas, con franjas que cubren los dos lados de la boca. Dividida cada una de aquellas en veinte dedos, sírvenle para extenderse, encogerse, coger la presa y llevarla á la boca.

Con tales explicaciones avivóse el deseo en los jóvenes naturalistas de pescar algunos de estos mariscos, y valiéndose de las redes en un instante recogieron media docena de los mejores, que en seguida vaciaron, guardando las conchas en una cesta para adornar nuestro gabinete de historia natural.

Acordóse por unanimidad que á este punto de la costa se le llamaria en adelante Bahía de los nautiles.

En breve alcanzámos un promontorio en forma de cono truncado, tras el cual debia hallarse, segun las indicaciones de Federico, la Bahía de las perlas. Asombrados quedámos ante la gran bóveda y pasaje descubierto por Federico en su última expedicion. Era una masa imponente con sus informes pilares, arcadas y pirámides aisladas. Por un lado parecia una obra de titanes formada con los restos y fragmentos de montañas de que se habian servido para escalar el cielo; por otro semejaba la ruinosa fachada de una antigua catedral gótica embellecida con los fantásticos ornatos de los artistas de la edad media, con la diferencia de que aquí las proporciones eran colosales: en vez de marmóreo pórtico, una superficie de agua en cuyo fondo descansaban las gigantescas columnas.

Siguiendo al piloto penetrámos en el umbrío túnel, donde no entraba la luz