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CAPÍTULO LIV.

es más apreciado en el comercio á causa de su permanente blancura, empleándose con preferencia para las dentaduras artificiales.

Satisfecha la curiosidad de Franz, Federico prosiguió su relato.

—Debo confesar que cuando me ví rodeado de aquella caterva de mónstruos no las tuve todas conmigo, moderándose de tal modo mi belicoso ardor, que hice cuanto pude para pasar por los escollos, y conseguílo sin que ninguno de los cetáceos me estorbara el paso, tardando casi hora y media en salir de tan peligrosos parajes. A la media hora de travesía me encontré en una espaciosa bóveda de rocas que la caprichosa naturaleza habia construido con las formas más severas é imponentes. Parecíase á un grandioso arco al que la mano humana ó el trascurso de los siglos hubiesen despojado de sus sillares exteriores dejándole sólo el esqueleto de pedruzco informe y contornos irregulares que aun guardarse trabazon y nivel. El mar entraba por aquel ojo inmenso como por un canal, miéntras el escarpado peñasco que servia de base iba descendiendo por cada lado, avanzando por el mar cual un promontorio. Sin reparar en nada determiné internarme por la oscura bóveda, á cuya extremidad una débil luz me indicó la salida. Impenetrable á los rayos del sol, reinaba en aquel sitio un fresco delicioso, volando de una parte á otra infinitas aves marítimas que allí anidaban. Al penetrar en la gruta rodeóme una caterva de pájaros chillando como para impedirme el paso; pero toda su algazara no obstaba para atajar mi curiosidad: amarré el esquife á un cabo de peña que se destacaba del arco de la cueva, y díme á examinarla. Los nidos podian contarse por millares, y los pájaros me parecieron del tamaño de los reyezuelos. La pluma del pecho era como el ampo de la nieve; la de las alas de un ceniciento claro, y las del lomo y cola de un negro como el azabache. Los nidos que tapizaban por decirlo así la bóveda y paredes de la entrada me parecieron fabricados como los de otras aves, de plumas, hojarasca y yerba; pero lo raro era que cada uno estaba fijo sobre una repiza parecida á una cuchara sin mango pegada á la piedra y formada al parecer de cera pardusca y lisa. Arranqué algunos que estaban vacíos y observé que estaban hecho de una sustancia sólida como cola de pescado. Empaquetélos con restos de otros nidos y yerbas secas y los puse en el barco dentro de la cabeza de la morsa para que conservándose bien pudiera V. examinarlos mejor y ver si pueden servir para algo.

—Verdaderamente, dije, estos nidos de golondrina de mar son apreciables, y si alguna vez llegásemos á tratar con la India ó con la China, donde este artículo se vende á peso de oro, obtendríamos pingües ganancias, porque en aquellas tierras se comen por millares, reputándose como manjar exquisito [1].

  1. Estas célebres golondrinas apellídanse tambien salangas ó salanganas. Son iguales á las de Europa. Llámanse tambien esculentas, y segun algunos, sus nidos gelatinosos se componen de plantas criptógamas y huevos de pescado; se comen en China aderezados como las seta de nuestro país y son demulcentes y corroborantes. (Nota del Trad.)