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EL ROBINSON SUIZO.

da me levanté ántes que nadie, y dirigiéndome á orillas del mar lo encontré tan tranquilo y bonancible que no pude resistir á la tentacion de aprovechar tan propicia coyuntura. Tomé una hacha, lo único que me faltaba, y salté en el caïack aparejado y listo para zarpar. No bien me adelanté un poco, cuando la corriente del Arroyo del chacal me arrebató hasta el escollo en que encalló nuestro buque, donde reparé sumergida á escasa profundidad una porcion de barras de hierro, balas, granadas y algunos cañones que desde luego creí podríamos aprovechar algun dia buscando el medio de recogerlo todo. Continuando al Oeste encontré hácia la costa occidental y entre mil escollos fragmentos de rocas de todas formas y tamaños que parecian ser restos de algun derrumbado promontorio. Una multitud de aves marinas tenian allí sus nidos y revoloteaban en derredor de aquellos arrecifes aturdiéndome con sus desacordes graznidos. Es los puntos donde las rocas presentaban fuera del agua alguna planicie veíanse grandes animales marinos, ó tendidos al sol y durmiendo, ó yendo de un lado á otro y turbando el silencio con sinistros mugidos. Encontrábanse allí leones, osos, elefantes de mar, toda especie de focas y sobretodo morsas que apoyadas en los peñascos por los colmillos tenian en el agua la parte inferior del cuerpo. No parece sino que esta última especie habia fijado sus reales en aquellos parajes, pues costeando los bajíos encontré muchos sitios de orilla sembrados de sus osamentas y colmillos de marfil, los cuales pueden recogerse cuando se quieran, así como alguno que otro esqueleto de cetáceo para colocarse en el museo.

—¡Sí, sí! exclamó el auditorio interrumpiendo al narrador. Irémos á buscar los dientes de marfil y con ellos harémos mangos á los cuchillos y otra porcion de cosas.

Franz, que se iba volviendo demasiado reflexivo, si en esto cabe demasía, y á quien siempre se le ocurria algo que observar, preguntóme de que les servian á ciertos animales los retorcidos colmillos que les salian de la boca y con los cuales ni podian morder ni masticar.

—Los dientes, respondí, no tienen todos igual destino como imaginas. Unos sirven á los animales como arma ofensiva y defensiva, como al elefante, al rinoceronte, á la morsa y al narval [1], miéntras que otros, como los del jabalí y la foca, les sirven como de herramientas para desenterrar los tubérculos y raíces de que se mantienen, arrancar los mariscos pegados á las rocas, ó bien atraer y desgajar las ramas de los árboles con cuyas hojas se sustentan. El hipopótamo únicamente tiene tal variedad de dientes y tan fuertes que no ha podido aun averiguarse en qué los emplea, alimentándose tan sólo de vegetales. Ademas ménos porosos que los del elefante los colmillos del hipopótamo y la morsa, su marfil

  1. El narval es de la familia de los cetáceos sopladores, caracterizado por su falta de dientes. Los narvales son muy voraces y rapidísimos nadadores. Una especie de estos es conocida con el nombre de unicornio de mar. Tiene 20 ó 22 pies de largo y suele encontrarse en los mares del Norte. (Nota del Trad.)