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EL ROBINSON SUIZO.

si algun elefante ú otro animal dañino habia invadido nuestro territorio, y para ese caso estaban dispuestos en las cercanías lazos y trampas con cebos para castigar su osadía. Miéntras explorábamos el terreno Federico subia con el caïack el rio, recogiendo al paso cacao, plátanos y ginsen, en tanto que por nuestra parte cargábamos el carro con los productos de las cosechas, caza y tierra de porcelana para completar la vajilla y reponer lo roto ó deteriorado de la misma.

En los bosques cercanos al desfiladero encontró un dia Federico señales ciertas de la existencia de unas aves que por su especie de cacareo adivinó ser del género de los pavos ó gallos de Indias, por lo cual resolvímos efectuar con ellos una gran cacería por el estilo de las de los colonos del Cabo. En consecuencia construímos con bambúes entrelazados con cañas y bejucos un grandísimo jaulon de diez piés de largo por seis de alto, con una puerta enrejada. Para atraer los pájaros al interior del jaulon se dispuso una especie de mina con entrada al extremo y salida del centro. Tanto en la entrada como en el conducto subterráneo se esparció un reguero de mijo y otras semillas, y en seguida nos ocultámos en un sitio cercano. Los pavos y demas volátiles se precipitaron en seguida sobre el cebo, siguiendo el curso del subterráneo hasta desembocar en el jaulon, donde quedaban presos sin encontrar la salida, porque esta, cuando los habia en suficiente número, cerrábase con una trampa exterior, y revoloteando sin saber lo que les pasaba, buscando libertad se daban contra las paredes, hasta que entrando nosotros por la puerta, con la mayor facilidad nos apoderábamos de todos.

Así fue cómo en varias correrías al desfiladero de la gran vega y á los cañaverales de azúcar nos hicímos con una especie gallinácea de lo más gallardo que puede figurarse, la cual sirvió para mejorar las razas que trajéramos de Europa. Estas aves tenian un espléndido plumaje matizado con los más vivos colores. El macho se daba un aire al pavo real; pero su altura era mayor, tanto que tomaba fácilmente del borde de la mesa donde comíamos las migajas de pan que se le daban. Si la memoria no me engaña estos preciosos animales eran originarios de Malaca ó de Java.

Entre los animales domésticos tambien habian sobrevenido importantes cambios. La prole de Turco y Bill se acrecentaba cada año, de suerte que debíamos echar al agua, en el momento de nacer, un buen número de cachorros que no obstante lo mucho que prometian era preciso extinguirlos para librarnos de inutiles bocas que al cabo nos hubieran empobrecido. Sin embargo, á las porfiadas instancias de Santiago accedí no de muy buen grado á que la familia canina se aumentase con un individuo más que por ciertas señales conocí llegaria á ser un buen perro de caza. Se le dió el nombre de Coco por la razon lingüística que alegó el niño de que, siendo la vocal o la más sonora, retumbaria en los bosques. El búfalo y la vaca anualmente nos daban un vástago; pero de todos los becerros sólo se criaron un macho y una hembra que se dejaron manejar como su pa-