Página:El Robinson suizo (1864).pdf/432

Esta página ha sido corregida
389
CAPÍTULO LIII.

da especie, que deseosos de explotar esa mina alimenticia que tanto les agradaba, se constituyeron en moradores perennes y usufructuarios de nuestros productos. La liga, los lazos y otra porcion de trampas nos fueron indispensables para ahuyentar en parte á los alados merodeadores, y á veces observámos entre las víctimas que las multiplicadas acechanzas causaban, aves desconocidas, extrañas á aquellos parajes, y que arribaban justamente cuando cierto fruto maduraba; así por ejemplo, la gran ardilla trepadora del Canadá, notable por su espesa y poblada cola, cubierta de pelo bermejo, comparecía únicamente cuando la nuez, la avellana y la castaña tocaban á su madurez. Los guacamayos y papagayos, con sus brillantes colores, escogian con preferencia los almendros, y numerosas familias de grajos azulados, pico-verdes, mirlos de varias clases, oropéndolas, gorriones, tordos, y otras bandadas salteadoras más vulgares se arrojaban á porfía sobre las cerezas, higos y ciruelas aun ántes que llegasen á su completa sazon. A más de los pájaros diurnos, que sólo á luz del dia rodaban, habia otros que durante las tinieblas de la noche, miéntras los otros dormian, les reemplazaban en el saqueo para que así fuese continuo, costándonos gran trabajo desalojar de los árboles nidadas enteras de murciélagos de gran magnitud y horrible fealdad que en ellos fijaran sus reales.

Cuando la arboleda estaba aun tierna y escaseaban los frutos, así más preciosos para nosotros, no hubo medio de que nos valiésemos para exterminar á los rateros, que burlándose de mis afanes me obligaron á apelar á lo que yo hubiera querido economizar, que era la pólvora, cuya explosion les intimidó algun tanto; mas cuando los verjeles de frutales llegaron á su plenitud, fue tal la abundancia de comensales, que no hubo otro remedio que dejarlos compartir con nosotros las riquezas que la pródiga naturaleza hacia brotar para todos sin distincion alguna.

La época de los frutos no era la única que atria los escuadrones alados á nuestro valle; la de las flores era igualmente fecunda en invasiones, festejando su advenimiento los pájaros moscas, ó colibríes por otro nombre; pero al ménos causaba no poca diversion el ver esos diminutos y lindos pajarillos saltar de flor en flor con increible rapidez, brillando al sol como piedras preciosas. Curioso era observar sus movimientos, sus contiendas, entre ellos mismos ó con animales de mayor tamaño, acometiéndoles con viveza y consiguiendo á veces arrojarles del florido distrito de que se habian posesionado; ó bien vencidos é irritados, vengarse de la inocente planta, objeto de la querella, cuando un insecto ú otro bicho codicioso de su miel se les anteponia ó cuando la influencia solar habia evaporado el néctar que saborear ansiaban. Furiosos entónces tronchaban los estambres y despedazaban los pétalos de la flor que frustraba su esperanza. Grandemente nos divertíamos con tal espectáculo, y así procurábamos atraer las tiernas avecillas, colocando panales de miel en los árboles y sembrando las flores que mas codiciaban cerca de nuestra morada. Semejantes medios surtieron luego el mejor