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EL ROBINSON SUIZO.

sada cualquiera fortificacion por esa parte. El continuo y desagradable concierto de las ranas, que gracias á Santiago llegaron á poblar los pantanos, nos molestaban un poco, si bien llegámos á soportar con paciencia sus graznidos desde que á mi esposa la ocurrió la idea de servirnos de tiempo en tiempo platos variados y sazonados con aquellos músicos acuátiles.

La trasera de nuestra morada se encontraba igualmente protegida por un peñascal tan inaccesible que por sí solo era la mejor defensa, sin que en esta direccion pudiéramos temer sorpresa alguna. La única y practicada salida de este reducido eden era el Puente de familia sobre el Arroyo del chacal, el cual se alzaba y bajaba á nuestra voluntad, y fortificado en regla con dos sencillos baluartes, dos obuses de á seis y otras dos piezas del mismo calibre, situados tras un parapeto de piedras, quedaba estratégicamente resguardada la entrada de la bahía. Otros dos morteros y algunas otras piezas de artillería de nuestra marina de guerra quedaban todavía como auxiliares, donde la necesidad los llamase, montados en la pinaza con su dotacion de municiones.

El espacio comprendido entre la gruta y el arroyo le ocupaban por entero los jardines y demas plantíos protegidos en el único punto exterior por una empalizada de bambúes entrelazada con zarzas, que colocada en línea recta desde el arroyo hasta nuestra habitacion formaba otra valla de seguridad, por si no no fuese bastante la aspereza y escabrosidad del peñascal. En el interior de este triángulo, como lo más precioso y escogido, se contenía: un sembrado de trigo, un plantío de algodon, otro de caña dulce, algunos piés de cochinilla y cierto número de hortalizas, todo en cantidad pequeña, con el único designio de tener más á la mano estos recursos. Por último, la huerta de mi esposa y un verjel de los mejores frutales de Europa acababan de llenar el espacio. Subterráneos conductos de bambú que tomaban el agua del arroyo regaban las plantaciones y la distribuian convenientemente.

Los árboles de Europa por dicha no sufrieron la misma suerte que la vid; por el contrario, más arraigados, medraron con tal rapidez y pujanza, que nos parecia increible; pero el sabor de sus frutos no era el mismo, y ya fuese el aire, ya la calidad del terreno, ó lo poco favorable del clima, perdieron gran parte de su dulzura y aroma. Las manzanas y las peras tenian cierta acritud y aspereza, y las ciruelas y albaricoques un hueso duro y macizo rodeado de carne ni jugo ni sabor. En desquite los productos indígenas nos recompensaban con creces. Las ananas ó piñas, los higos, las guayabas, el naranjo y limonero, único frutal de Europa que habíamos logrado aclimatar, hacian del rincon de la isla que rodeaba nuestra morada un verdadero eden donde se acumulaba la vegetacion más rica, sobretodo en el ángulo de union ó vértice donde las dos cordilleras se unian.

Pero como en el mundo no hay bien que pueda llamarse completo y del cual no se origine algun mal, esa fertilidad siempre creciente y la abundancia de frutos produjeron un inconveniente, y fue la inmensa concurrencia de pájaros de to-