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CAPÍTULO LIII.

Las dependencias de esta mansion estaban á la altura que permitian los exiguos medios de que podíamos disponer. Las plantaciones habian prendido, y un sin número de arbustos y árboles dispersos sin órden y en agradable confusion entre la gruta y la bahía presentaban todo el aspecto de un verdadero jardin ingles, formando romántico contraste con la pelada y agreste roca que dominaba la escena. La Isla del tiburon, que desde la playa se divisaba, ya no era como al principio un banco de arena estéril. Sembrada de palmeras, pinos y otros árboles corpulentos en el centro, y circuido de bosquecillos de mangles y cañaverales, encontrábase protegida de los embates del mar por tan impenetrable muro y por las numerosas raíces que afirmaban el terreno. En lo más alto de este escollo estaba una linda garita, sobre la cual á merced de los vientos flotaba una bandera que animaba la monótona uniformidad de la perspectiva.

En las orillas del lago, primer término del pasaje marítimo, pululaban aves acuátiles de toda clase, descollando los negros cisnes cuyo fúnebre plumaje contrastaba con el nevado de los patos y gansos que les hacian la córte, divirtiéndoles con sus juegos y bulliciosa algazara. De vez en cuando salian de las junqueras á presenciar el espectáculo el gallo sultan con su brillante manto de púrpura, el flamenco con su plumaje rosado, ó la garza real y demas huéspedes de los charcos. Más adentro, en el espacio contenido entre las plantaciones y los zarzales de la playa, á la sombra de altos árboles y sobre el césped pasaban con cómica gravedad los avestruces, á ménos que el capricho ó terquedad de algun otro animal les hiciese tomar el trote para librarse de sus importunidades. Las grullas, los pavos y avutardas solian hacernos compañía al rededor de la casa, miéntras que el ave del paraíso se encontraba bien con las gallinas. Las del Canadá, así como los gallos silvestres, formando banda á parte, anidaban con preferencia en los matorrales de la otra parte del puente, y las palomas de las Molucas, aunque su principal residencia estaba en Falkenhorst, venian á posarse en el techo de la galería adornando su borde y alineándose á modo de animada cornisa de pluma. Por último, todo era en torno nuestro tan risueño y tanto nos entretenía en plácido sosiego, que contemplábamos nuestra morada cual un paraíso terrestre.

¿Quién habia ya de conocer el árido paraje que encontrámos, viéndolo ahora merced á tan reiterados afanes convertido en delicioso y amenísimo retiro? A la derecha lo limitaba el Arroyo del chacal, cuyas orillas escarpadas resguardaban las palmeras, los aloes, los karatas, las higueras chumbas y otros arbustos de igual género que constituian una impenetrable muralla; á la izquierda peñascos inaccesibles, en cuyas entrañas se halló la gruta de cristal de roca, aun no utilizada, pero que interinamente servia para tomar el fresco en los bochornosos dias del estío. Al frente estaba la mar con la costa que se extendia á la izquierda, de la cual nos aislaba el pantano ó Laguna de los gansos, en términos de ser excu-