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EL ROBINSON SUIZO.

cesario. Para realizarlo con más fruto contábamos con numerosas obra que nos servian de guias en los diferentes ramos de esta ciencia interesante, y la próvida naturaleza, que á cada paso nos presentaba á la vista sus maravillas, aumentaba el cúmulo de las observaciones excitando la curiosidad á comprender hasta sus más misteriosos arcanos. Las abejas sobretodo, su inteligencia, sagacidad, amor al trabajo, y el exámen de sus curiosas costubres solian fijar nuestra atencion, considerando el inmenso abismo donde la inteligencia humana se pierde al tratar de penetrar el misterio de ese instinto inteligente desarrollado en un sér tan pequeño y débil. Al contemplar ese espectáculo admirable con frecuencia exclamaba: no sólo eres grande, Señor y Criador de todas las cosas, porque suspendiste en la bóveda celeste esos globos luminosos cuya distancia de nosotros y magnitud nos confunden; porque poblaste los desiertos de esas fieras terribles, cuya poderosa fuerza y ferocidad indomable espantan; lo eres más aun, y tu grandeza se revela mejor en los pequeños séres. La abeja sola basta para probar tu existencia y la de una sabia é inteligente Providencia, cuya diestra ha repartido á todas las criaturas sus más preciosos tesoros. La abeja en su colmena, enseñada por tí á fabricarse su palacio y á confeccionarse su alimento, no es ménos admirable que el leon que haces rugir en las cavernosas montañas, y que la ballena, mónstruo descomunal cuyo movimiento agita los abismos del mar.

Tambien habíamos perfeccionado la galería que se extendia por la fachada de Felsenheim. Un cobertizo que descendia de las rocas se apoyaba en catorce columnas de bambú, que constituian un pórtico elegante y pintoresco. Gruesos pilares sostenian la galería, cuyas extremidades terminaban con un gabinete con enrejados y enredaderas. En medio se alzaba una fuente de agua viva que por una cañería caia en espumoso chorro sobre la gran concha de tortuga que servia de taza y receptáculo, para derramarla en un pilon del cual por otros conductos iba á perderse entre los surcos de la huerta. Plantas odoríferas y de hermosa flor se entrelazaban airosas formando espirales al rededor de las columnas; la vainilla y la pimienta eran casi las únicas á quienes se dió la preferencia, sintiendo que el excesivo ardor del clima no nos permitiese hacer lo mismo con la parra. No obstante, la galería de Felsenheim llegó á ser un sitio ameno, un lugar de reposo donde á todos nos gustaba reunirnos para disfrutar la frescura del ambiente. Los dos gabinetes que la terminaban y que servian como de resguardo á las fuentes, tenian los techos puntiagudos, y con las salientes de sus ángulos parecian pabellones chinescos, á los que se ascendia por tres gradas asi como al resto de la galería, cuyo pavimento era todo de losas hechas de una clase de piedra que habíamos encontrado, blanda el extraerla de la tierra y fácil de trabajar, pero endurecida luego al contacto de la atmósfera.

En este plácido sitio estábamos con frecuencia, ya almorzando, ya reunidos en conversacion amena despues de nuestro trabajo, discurriendo sobre las tareas del dia siguiente ó sobre cualquier objeto de instruccion ó recreativo.