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CAPÍTULO LII.

—Es lástima, me dijo, y en cierto modo ingratitud que dejemos arruinarse la hermosa habitacion que nos cobijó por tanto tiempo, y que aun está por concluir. Si Felsenheim nos ofrece durante las lluvias sólido y seguro abrigo, ¿por qué hemos de olvidar el árbol gigantesco de Falkenhorst y su risueña verdura?

Mi esposa tenia razon, y la prometí que dentro de pocos dias serian satisfechos sus deseos, quedando ambas moradas en igual prosperidad. En efecto, bien ordenadas las cosas de Felsenheim dejámos sus playas y fuímos á instalarnos por una temporada en nuestra antigua residencia. Perfeccionámosla lo mejor que supímos, y adornámosla por cuantos medios nos suministraba la experiencia. Se igualaron las raíces encorvadas en cuyo centro partia el tronco ó base de la habitacion; el terrazo que estaba á medio hacer sobre las mismas raíces se concluyó del todo afirmándolo con una mezcla de brea, resina y arcilla, añadiéndole una baranda circular y una pequeña galería. La escalera de caracol sufrió tambien algunas reparaciones. En cuanto al piso superior, ó gran nido como llamábamos á la tienda de lona que lo habia resguardado hasta entónces, dispusímos un techo de cortezas bien trabadas con clavijas, guarneciéndole en derredor de balcones y enrejados, de modo que lo que ántes era un albergue rústico é impropio de racionales, llegó á ser una residencia cómoda y agradable que á primera vista revelaba inteligencia y gusto.

Los embellecimientos de Falkenhorts fueron el preludio de trabajos más considerables y difíciles. Federico nunca habia renunciado á la idea de fortificar la Isla del tiburon y de establecer en este punto una especie de fuerte avanzado para proteger la colonia contra cualquiera invasion. Tanto me instó sobre el particular, tantos fueron los planes y proyectos que me puso de manifiesto, que hube de complacerle, sin demorar por más tiempo la construccion que era su caballo de batalla. Cualquiera podrá figurarse los infinitos obstáculos que debian superar para tal obra un hombre y cuatro muchachos, animados sí del mejor deseo y de una actividad sin límites, pero con fuerzas y resistencia proporcionadas á su edad. El construir la plataforma fue lo de ménos; el gran busílis consistió en trasportar dos cañones de á ocho al islote, é izarlos á una altura de más de cincuenta piés sobre el baluarte. Muchas vigilias y esfuerzos de imaginacion me costó el discurrir medios para llevarlo á cabo, pero ¡que no puede el ingenio humano obligado por la necesidad y estimulado por el amor propio! A fuerza de ensayos y trabajos inventé una máquina con báscula para la traslacion de los dos cañones, primero á bordo de la chalupa y luego al sitio que les estaba destinado en la plataforma. Sobre esto, que se hallaba en la parte superior de las rocas, asenté un cabestrante y una polea compuesta; y para acortar el trecho á los jóvenes obreros y evitarles subir y bajar tantas veces, fijé en su base un cable con nudos á proporcionadas distancias en toda la longitud que nos sirviese de escalera, trepando por él cuando habia necesidad. El cabestrante, de construccion particular, nos fué muy útil. Los cañones se ataron uno tras otro con maromas, y