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CAPÍTULO LII.

do por la visita al Cabo, arribó con el caïack á Felsenheim una hora más tarde.

Alijado el cargamento y repartido en sus sitios convenientes, asignámos á los nuevos huéspedes, segun el órden de nuestra economía doméstica, el lugar que les correspondia por su clase, pues no convenia dejarlos despilfarrar á discrecion nuestras provisiones y riquezas. Los gallos silvestres, las gallinas de Canadá y las grullas quedaron confinadas en los dos islotes inmediatos á nuestra habitacion. A la garza real, al gallo sultan, los cisnes negros y demás volatería se les dió por morada, en atencion á su gallardo plumaje, la laguna de los patos para que se habituasen á hacernos compañía y compartir con las gallinas los relieves de la mesa cuando les viniese á cuento.

Esas disposiciones nos ocuparon gran parte del dia, miéntras mi esposa preparaba en la cocina una buena refaccion, y esperando el momento de que nos llamasen á comer entreteníamos el hambre oyendo la relacion que Federico nos hacia de lo observado en su expedicion marítima al rededor del Cabo, cuando de repente sordos y horribles aullidos comparables al lejano eco de un trueno ó un bramido de cólera nos dejó aterrados sin poder articular palabra. Los pavorosos acentos salian al parecer del estanque de los patos. Los perros comenzaron á ladrar, y el búfalo y el toro estremeciéronse en el establo.

—Tráeme volando la carabina, dije á Santiago, y vamos al instante á ver qué músico es ese que trata de asustarnos.

Mi esposa, que toda asustada salió de la cocina, Ernesto y Franz estaban poseidos de terror, miéntras Federico, que por lo regular era siempre el primero en tomar la defensiva permanecia impasible recostado en una de las columnas de la galería asomando á sus labios una imperceptible sonrisa. Su actitud tranquila contribuyó no poco á calmar mis temores, y más cuando dijo que me sosegase, que él sabia de dónde procedia aquel extraño rumor.

—No hay que asustarse, papá, prosiguió; son dos ranas monstruosas que há poco dejó Santiago en las junqueras de la laguna para asustar á V.

—Siendo así, dije, levantémonos, y cuando venga mostrémonos azorados. Mucho me engaño, ó al tal tarambana le va á salir cara la broma.

Santiago, que en efecto no adivinara la causa del súbito rumor, acudió con dos carabinas.

—Está bien, le dije, te portas como un valiente, pues te veo dispuesto á acompañarme en el momento del peligro.

Santiago se quedó cortado, y volviéndose á Ernesto que fingia honda ansiedad, con voz alterada le preguntó:

—¿No nos dirás qué animal es ese?

—Sí, respondió el doctor, acabamos de divisarle en las junqueras.

—¿Cómo se llama? añadió más alterado su hermano,

—Un jaguar.

—¿Qué clase de fiera es?