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CAPÍTULO LII.

juzgar por el movimiento de la tela, parecia contener uno ó más séres animados. Picada su curiosidad ocultóse con la carga tras un matorral, y echando una mirada furtiva al interior del misterioso zurron le volvió á cerrar más que de prisa diciendo á media voz:

—¡Bien! ¡bien! me alegro; Federico ha desempeñado mi comision.

Y sin dar parte á nadie del descubrimiento escondió el morral con la mayor precaucion en lo más espeso de la maleza.

Federico saltó el último, trayendo en la mano un gran pájaro cuyas patas y alas habia tenido buen cuidado de atar para que no se le escapase, y nos lo presentó como la mejor pieza del cargamento.

Era el gallo sultan de Buffon, el rey de las gallinetas por sus formas y belleza de su pluma. En seguida le reconocí por las largas zancas coloradas, el plumaje verde y morado y la gran cresta de escarlata.

Mi esposa regocijada quiso sobre la marcha asociarle á los demás habitantes del corral, y como era muy manso á pesar de ser silvestre, á poco tiempo se domesticó y entró en familiaridad con sus demas compañeros de gallinero, si bien estos se mostraron como envidiosos de la gentileza del nuevo huésped.

Refirió en seguida Federico su viaje con una pomposa descripcion de la fecundidad y espesas alamedas que poblaban las orillas del rio en cuyos árboles se anidaban tal multitud de aves, que sus cantos eran capaces de ensordecer á cualquiera. Allí habia visto numerosas familias de gallos de Indias, gallinazas, pavos reales, y otras especies que daban vida y animacion al paisaje. Más arriba cambiaba la decoracion de la escena, y ya no eran aves sino elefantes los que se veian en manadas de veinte ó treinta, entretenidos en echar por tierra tiernos árboles, en sumergir la trompa en el rio y rociarse mútuamente con agua como por via de juego, miéntras otros pastaban tranquilamente grandes haces de yerba que cogian y formaban con toda la destreza de una mano humana. Por último, tambien aparecieron varios tigres y panteras que se acercaron al rio para apagar su sed devorante, lo que sin duda ya habian hecho otros, que muellemente tendidos en el suelo, con su magnífica piel esmaltaban la verde alfombra como reyes del desierto. Ninguna de estas fieras aparentó reparar en el jóven navegante.

—Muy débil y pequeño me encontraba, continuó Federico, al verme solo frente á frente con tan terribles adversarios. La carabina, las balas y mi destreza eran bien pobre recurso en aquella ocasion, y así cuanto ántes viré de bordo huyendo con toda la fuerza de los remos. Aun ciabogaba, cuando á dos tiros de fusil noté en el agua una especie de remolino y á poco surgir una ancha bocaza que descubria los dientes más formidables que jamas se han visto, y que en actitud amenazadora se dirigia hácia mí. No sé cómo el terror me dejó fuerza y resolucion para huir; lo cierto es que apreté por la corriente remando con tal ardor que el sudor me inundaba la frente, hasta que me creí fuera del alcance del tremendo mónstruo. Recogí la balsa ya cargada, que dejara amarrada á la ori-