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CAPÍTULO LII.

que cortarle su magnífica cola, que esperaba renaceria con igual esplendor al tiempo de la muda.

Las correrías de los niños que distraian de vez en cuando los trabajos de construccion nos proporcionaron algunos descubrimientos importantes. Un dia que Federico por via de paseo subió con el caïack el gran rio de la vega, halló entre los vegetales de las orillas arbustos desconocidos de que me trajo algunas muestras. Uno de ellos tenia pendientes grandes racimos de un fruto entre verdoso y morado, en forma de pepinillo. Otro estaba poblado de florecillas con una fruta gruesa parecida al pepino comun, cuyo sabor extraño desconcertó al pronto mis conocimientos botánicos.

Sin embargo, examinando despacio los pepinos, reconocí al fin dos de las más preciosas producciones de los trópicos; en los mayores, el cacao, del que se hace el chocolate, y en los otros el banano, más útil aun, porque en muchos puntos de América sirve de alimento á los negros. Probámos con afan estos frutos tan ponderados, pero su sabor no correspondió á la idea que de ellos teníamos. Las pepitas del cacao se hallaban dentro de una médula viscosa que parecia natilla espesa, ménos en el gusto; y tanto esta como aquellas tenian un sabor amarguísimo. En cuanto al banano ó plátano tampoco nos agradó gran cosa, pues si bien no disgustaba al principio comerle, dejaba luego un sabor parecido al de pera podrida.

—Hé aquí dos producciones, dije riéndome, de las que tanto se habla, y que nos han parecido tan mal á pesar de su gran reputacion, y eso consiste en que deben estar preparadas de algun modo para que se las juzgue mejor. En las colonias francesas el cacao cocido pasa por un plato delicado cuando se le mezcla jarabe y azahar. Su almendra que tan amarga os parece, despues de seca, pelada y tostada al fuego forma la base del famoso chocolate que tanto nos gusta. En cuanto á los plátanos, bien mondados y asados ó fritos son sabrosísimos, dándose cierto aire á la alcachofa.

—Pues bien, papá: ¡viva el cacao! ¡Hagamos chocolate! exclamaron los niños.

—Despacito, caballeros, respondí no con tanto entusiasmo; ántes de regalaros con semejante golosina lo más lógico es informaros de la planta que os la va á proporcionar, y de cómo ese amargo fruto se convierte en chocolate. Vamos á ver... ¿Quién de vosotros está enterado del orígen y preparacion de esa preciosa golosina?

Siguióse un breve espacio de silencio, tras el cual el doctor tomó la palabra en estos términos:

—El árbol del cacao es de un grueso y altura medianos, que varían algo segun la clase de terreno donde se cria. La madera es ligera y porosa, las hojas de hasta nueve pulgadas de largo por cuatro de ancho. Cuando caen unas, se suceden otras, de forma que nunca se ve despojado de ellas el árbol, así como