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EL ROBINSON SUIZO.

de pronto nos la figurámos perdida, pues asustada por los golpes de mar, se fué á fondo; pero á poco salió á la superficie, y comenzó á nadar que era un gusto, hasta que extenuada de fatiga, sostenida á flor de agua por el corcho, dejó de mover las patas, y sin hundirse se dejó llevar tranquilamente por las olas.

Esto me llenó de alborozo; seguro ya de poderme llevar las ovejas y las cabras, el mismo expediente me serviria para hacer lo propio con el resto del ganado. Acto continuo comenzámos á disponer los salvavidas para las demás bestias. Para el asno y la vaca, que los exigian de otra forma y tamaño, echámos mano de cuatro toneles vacíos y bien tapados, que unidos cada par con una ancha tira de lona, se los ceñímos bien á los ijares como una albarda, sujetándolos con buenas cinchas y pretales para que no se ladeasen. Dos horas empleámos en enjaezarlos de tal guisa, tocando luego el turno al ganado menor que ocupó ménos tiempo. No pudímos prescindir de reirnos al ver aquellos animales con semejantes disfraces. Lo más engorroso, y que no dejaba de ofrecer dificultad, era el echarlos al mar; pero afortunadamente nos sirvió al objeto un boquete causado por los repetidos embates de la nave contra la roca. Aprovechando esta coyuntura, aproximámos al borde al asno, y empujándole bruscamente, le precipitámos al agua. Aturdida la pobre bestia se hundió desde luego, pero sacándola á flote los toneles, y repuesta en breve de la violenta caida, queriendo imitar á la oveja, comenzó á nadar con destreza digna de encomio. La vaca, las demás ovejas y las cabras, sufrieron igual suerte, y se portaron á las mil maravillas, dirigiéndose todos hácia la playa con majestuosa gravedad. La marrana como más indócil y arisca nos dió mucho que hacer para gobernarla, y sin querer asociarse á sus compañeros de infortunio, tomó la delantera y llegó mucho ántes que ellos á la playa.

Terminada esta operacion abandonámos el buque trasladándonos á la balsa, cortando la amarra que la sujetaba, y con la precaucion que tuve de atar una cuerda bien larga á la cabeza de cada animal, nos fué facilísimo remolcarlos con buen órden, si bien mucho costó arrastrar con el sólo esfuerzo de nuestros brazos la pesadísima mole que conducíamos. Por fortuna sopló un poco el viento, y el auxilio de la vela nos llevó dulcemente hácia la costa.

Ufanos con la hazaña vogábamos rodeados de nuestra escolta flotante, cuya marcha regular superaba á nuestras esperanzas. Sentados al pié del mástil y despues de tomar un corto refrigerio, miéntras Federico se divertia con el mono que ya empezaba á familiarizarse con él, inquieto porque desde hacia largo rato no divisaba á ninguno de los mios, asestaba con frecuencia el anteojo á la playa. De pronto me distrajo una fuerte exclamacion de Federico:

—¡Papá, papá, estamos perdidos! ¡Un pescado muy grande viene hácia nosotros y está ya casi encima!

Aunque el susto hizo palidecer el rostro de mi hijo, sin embargo al pronunciar esas palabras ya empuñaba la escopeta.