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CAPÍTULO LI.

En efecto, habíamos recibido la trascrita misiva de Santiago que entre las imágenes mitológicas de Némesis y de la copa emponzonñada revelaba cosas difíciles de comprender; mas á pesar de sus enigmas ya no experimentaba inquietud alguna porque anunciaba un triunfo, sea el que fuese, y así aguardaba tranquilo el pronto regreso de la caravana ó la aparicion de otro mensajero alado.

No tardó, trayéndonos otra carta que cambió enteramente la faz de las cosas y puso el colmo á nuestra ansiedad. Abríla y leí lo siguiente:

«El paso del desfiladero que conduce al desierto está forzado. La empalizada, por tierra; la Cabaña de la ermita, el cañaveral de azúcar y todos los sembrados inmediatos, devastados completamente. En el enarenado de la entrada se notan huellas recientes como de pié de elefante y otras menores parecidas á las del casco del caballo. Estamos sin saber qué hacer, si avanzar ó volver atras; y aunque hasta ahora no hemos corrido ningun riesgo, de todos modos urge que venga V. al instante á auxiliarnos. Hay aquí mucho que hacer para la seguridad de la colonia. Sobretodo no perder un instante.»

De concebir es la inquietud en que nos pondria semejante misiva. Ensillé el onagro y partí inmediatamente despues de prevenir á Ernesto que á no mediar aviso contrario madre é hijo al dia siguiente se reuniesen con nosotros en Prospecthill, llevando consigo el carro y provisiones para una larga estancia. Desde Felsenheim hasta donde estaban mis hijos mediaba un trecho de seis leguas que recorrí en tres horas, llegando al desfiladero ántes de la noche.

Sorprendidos los niños de mi pronta llegada recibiéronme con trasportes de júbilo.

La idea que ya tenia formada del desastre que Federico me anunciaba en su última carta distaba de la realidad, y en vez de exagerar mis hijos reconocí con dolor que se habian quedado cortos. Todos los árboles que cual barricada cerraban la entrada estaban tronchados como si fueran cañas, y los elevados troncos que sostenian la cabaña no tenian rama ni hoja. En el bosquecillo de bambúes los retoños estaban arrancados ó devorados. Pero en ninguna parte era tanto el estrago como en el plantío de caña dulce, donde no quedó un solo tallo en pié. El animal que habia causado tantos daños debia de ser un elefante, pues se necesitaba toda la destreza de esta bestia inteligente para ir arrancando á lo largo de las cañas las tiernas y delgadas hojas que las cubrian, así como salvar la distancia á que puede llegar su trompa para mutilar ramas de árboles que estaban á mucha altura. Sólo á este colosal cuadrúpedo era dado conseguirlo.

Pasando despues á más minucioso exámen de las huellas que existian en la arena convencíme de que eran exactamente de pezuña de elefante, y otras más pequeñas que se descubrian de trecho en trecho las de un hipopótamo. Recorrí á pié una buena parte del camino que habia traido para ver si alguna otra fiera se habia introducido en nuestro territorio por el franqueado pasaje, y no observé más huellas que me alarmasen, sino otras del grandor de las de lobo ó perro,