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CAPÍTULO LI.

«El pemmican es un manjar detestable. Me he llevado un solemne chasco.

«Sin más por ahora les abrazámos á los tres tiernamente.

«Su afectísimo hijo y hermano,
«Federico


—Esta sí que es una carta de cazador, exclamé; pero ¿por dónde habrá la hiena penetrado en nuestros dominios? ¿Acaso está derribada la empalizada del desfiladero? Sería una fatalidad.

—¡Pobres hijos mios! prorumpió la madre asomándole las lágrimas. ¡Dios vele por ellos y me les traiga sanos y salvos! ¿Debemos marchar inmediatamente ó esperar su regreso?

—Lo último me parece más acertado, respondió Ernesto, pues á no dudarlo hoy mismo recibirémos otra carta que nos dará más pormenores, y segun sean obrarémos.

En efecto, á la tarde entró en el palomar otra paloma, y Ernesto, que estaba al acecho, echó la trampa, quitó al correo aéreo la carta que traia debajo del ala, y gozoso vino adonde estábamos para leernos la segunda misiva, que decia así:

«La noche ha sido buena. El tiempo sereno. Paseo en el caïack por el lago. Captura de cisnes negros. Varios animales nuevos. Aparicion y fuga repentina de un anfibio cuya especie nos es desconocida. Mañana á Prospecthill.

«Pásenlo VV. bien.

«Sus hijos,
«Federico, Santiago, Franz.»


—Es casi un parte telegráfico, dije riéndome. ¡Vaya una concision! Sin duda les es más facil á mis hijos disparar un tiro que escribir una frase. No obstante, la carta me tranquiliza. La noche ha sido buena, y eso quiere decir que la hiena aparecida era la única que vagaba por aquellos alrededores.

Mi esposa se mostró ya ménos inquieta, y así resolvímos aguardar ántes de decidirnos á marchar. La carta era en verdad un extracto de lo acaecido desde su partida hasta el dia, pero tan lacónica, que tuve necesidad de explicaciones para comprender bien lo que nos anunciaba. Con que continúo la narracion de lo ocurrido á los niños en este viaje.

Libres ya de la mala vecindad de la hiena, determinaron los expedicionarios explorar la gran laguna de los cisnes para conocer los puntos navegables que se podrian recorrer sin encenagarse, á cuyo efecto Federico costeaba por la parte interior con el caïack, en tanto que sus hermanos le seguian por tierra acercándose á la orilla en cuanto lo permitian las junqueras.

Los cisnes negros fueron lo que más excitó la codicia de nuestros cazadores, y así tentaron el medio de coger algunos vivos, echándoles un lazo, fijo al extremo de bambú, y con ese ardid, sin causarles lesion alguna ni perder un