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EL ROBINSON SUIZO.

no tuvo más remedio que acceder y sacar de la despensa la tan deseada carne de oso. La confeccion del pemmican comenzó inmediatamente bajo la direccion de su inventor. Majada la carne y reducida á la mitad de su primitivo volúmen, se sazonó con sal y especias, y negocio concluido. Catéla, y á pesar de los pomposos elogios de mi hijo, la encontré bastante desabrida.

Se reunieron sacos, cestas, alforjas, cuerdas y demas utensilios para el trasporte ó necesidades de la expedicion. Al viejo trineo le tocó tambien ponerse en movimiento cuando ya estaba arrinconado, y los chicos lo cargaron con lo que les vino en talante: el caïak, las armas, municiones de boca y guerra, la tienda de campaña, y qué sé yo cuántas cosas más; en resolucion, una caravana que ha de atravesar los desiertos de Arabia no hubiera hecho mayores preparativos.

Por último, como todo llega, llegó tambien el suspirado dia de la salida. Todo bicho viviente estaba en pié ántes de amanecer, y entre otras cosas noté que Santiago á hurtadillas, y como evitando que le viesen, se fué al palomar y cogió dos pares de palomas de Europa. Eran de las que tienen al rededor de los ojos un cerco encarnado y pertenecen á la familia que Buffon designa con el nombre de palomas turcas.

Sorprendiéronle miéntras las metia en un canasto para llevarlas al carro.

—Vamos, señor cazador, le dije, parece que los nuevos canadienses no se contentan con el fiambre de camino, y que toman sus precauciones para regalarse un poquillo si el pemmican hace fiasco. Lo que me temo es que la eleccion no esté bien hecha, y que la carne de esos pichones sea tan indigesta como el fiambre del Canadá.

Miróme Santiago sonriéndose, sin responder palabra; pero al momento de ponerse en marcha reparé que cuchicheaba con Ernesto, por cuya razon esperé alguna sorpresa de su parte, pues estaba ya en la conviccion de que me preparaban una, aunque no supiese de qué género.

Salieron finalmente: la buena madre les encargó y repitió mil veces que fuesen prudentes, y que por Dios no se aventurasen en cosa alguna arriesgada. Les abrazámos deseándoles próspero viaje, y en un instante desaparecieron de nuestra vista entre la polvareda con los corceles y el trineo. Ernesto y yo quedámos con la madre, y alegréme de que el filósofo se decidiese á no ser de la partida, porque así me ayudaria en una nueva construccion que tenia meditada y que mi esposa continuamente reclamaba con la mayor insistencia. Era una prensa de azúcar para extraer el jugo de la caña dulce de que tanto abundaba la isla. En seguida nos pusímos á trabajar. Componíase la máquina de tres cilindros verticales parecidos, aunque en ínfima escala, á los de las prensas comunes de los ingenios, con la única diferencia que arreglé su mecanismo de tal suerte que cualquiera de nuestros animales pudiese moverla. Sin entrar en la descripcion detallada de la obra, basta decir que me ocupó algunos dias á pesar de la activa cooperacion de Ernesto y la buena madre.