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EL ROBINSON SUIZO.

anchura del arroyo podian servir de obstáculo real para el caso de una agresion más seria. Sea lo que quiera, nuestros dominios se habian enriquecido con una nueva obra maestra del arte militar, y á pesar de lo grosero de la ejecucion para nosotros reunia grandes ventajas estratégicas.

El puente levadizo siguió la suerte que corre todo lo nuevo. Por algun tiempo el bajarle y subirle sirvió de diversion á los chicos; pero como todo cansa, al cabo de dias se encaramaban á lo alto de las vigas para ver los antílopes y gacelas que retozaban en los llanos de Falkenhorst.

—¡Qué lástima, decia Santiago, que siendo tan bonitos y ágiles esos animales no podamos domesticar alguno ó al ménos aproximarnos á ellos, sin verlos huir á esconderse en lo más espeso del bosque! ¡Cuánto daria por verlos venir tranquilos á beber al arroyo miéntras estamos trabajando á la orilla!

—Para eso, respondió Ernesto, bastaria imitar á los georgianos en lo que hacen para llamar los búfalos.

—¡Ta, ta! repuso Santiago. ¿No ha encontrado el sabio otro punto más lejano para buscar un ejemplo?

—Para el mundo del pensamiento, arguyó gravemente el doctor, no hay distancias. Parecia lo regular que en vez de burlarte de mi idea porque se refiere á un país lejano, por curiosidad siquiera desearas conocerla.

—En buena hora, señor maestro, dános la leccion.

El profesor, que fácilmente olvidaba los sarcasmos y cuchufletas que con tanta frecuencia llovian sobre él con tal de tener ocasion de hablar el lenguaje de la ciencia, dijo con gran sosiego y mesura:

—En las desiertas llanuras de la América del Norte, hácia la vertiente de la larga cordillera de los Alleghanys, se encuentra cierta clase de tierra mineral en la superficie del suelo, la cual contiene sales tan apetecidas de los animales, que acuden en gran número á saborearlas, con especialidad los búfalos. Los naturales del país los aguardaban en aquellos sitios, y hacen de ellos tan productiva como abundante caza. A falta de esa tierra, continuó el sabio, podrémos preparar á los antílopes y á las gacelas un cebo parecido, artificial, que los atraiga á nuestra sociedad, y mucho será que al fin no se acostumbren á ella; para lo cual bastaria hacer un amasijo de tierra de porcelana y sal, depositarlo en el punto que se quiera, y cubrirlo con hojas y verdura para engañar mejor á los animales. Ya veréis cómo acuden sin recelo ni desconfianza.

—¡Adoptado! ¡adoptado! exclamaron los niños entisiasmados. ¡Viva el sabio Ernesto, primer profesor de la academia de Felsenheim, doctor, bibliotecario, conservador del museo, naturalista, etc., etc.!

—Cada cosa en su tiempo y los nabos en adviento, les dije; todo se andará, que aquí no estamos en la Nueva Georgia, y mal se aviene este entusiasmo y prisa con el desden con que al principio recibisteis las proposiciones de Ernesto. Por de pronto, ántes de ocuparnos en esto necesito tierra de porcelana, gruesos