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CAPÍTULO L.

mo; la posicion entónces se hubiera hecho más crítica; pero á todo tirar, la violencia del viento me hubiera llevado al canal con la rapidez de una flecha. Cada vez que el caïak se encontraba sobre una ola mis ojos veian la tierra, que desaparecia luego al sumergirme en uno de los mil abismos que me rodeaban. Al comenzar la última arremetida del chubasco desembarqué á buscar asilo en las rocas bajo el saliente de un peñasco, y pasada la terrible nube torné el caïak que la Providencia ha conducido salvo. Pero, papá, prosiguió el niño con entusiasmo religioso, creo que no han sido mis remos ni la calidad de mi esquife los que me han traido á la costa; sentia yo como que una mano más fuerte que la mia sostenia el caïak sobre las olas. ¡Era la del Dios omnipotente á quien se debe todo y á quien rindo homenaje!

—¡Qué dia, mamá, qué dia! exclamó Ernesto, á quien aun no le habia vuelto el color; nunca pude concebir lo terrible que es un tormenta.

—Lo que es yo, dijo Santiago, buena panzada me he dado de agua salada, y puedo asegurar por experiencia que es la bebida más detestable que puede entrar por gaznate humano.

—Fue descuido tuyo, respondió Federico, y proviene de que abrias la boca cuan grande era el venir la ola en vez de tenerla cerrada hasta morderse los labios si es menester para que no penetre.

—A la verdad, no sé lo que hice, repuso el interlocutor, pero jamas me hubiera ocurrido tal idea distraido como estaba en contemplar al señor Ernesto, que no sólo cerraba la boca, sino que el miedo le obligaba sin duda á hacer extraños gestos y contorsiones.

—¡Ah! replicó Ernesto con cierta acritud, pues me felicito sobremanera de haber proporcionado á mi digno hermano un rato de diversion en momentos en que debia ser difícil lograrlo. Por lo demas, sean cualesquiera mi facha y gestos, como dices, y mayor ó menor el miedo que me abrumase (y que nadie ha pesado todavía) lo cierto es que no he estorbado con mis acciones y palabras, ni con otra demostracion de terror que complicase la situacion.

—Verdad es, dije para cortar el mal giro que llevaba la conversacion; Ernesto habrá podido tener miedo, pero se lo ha guardado para sí, recordando lo que en otra ocasion dije que á veces las vanas exclamaciones nacidas de un terror pánico aturden y embarazan abultando el peligro. Una actitud tranquila presta por lo general un gran servicio si bien es inútil cuando la ocasion exige resolucion pronta ó esfuerzos desesperados.

—Fuera comparaciones, interrumpió la buena madre, aquí no se trata de valuar el grado de miedo que cada uno ha tenido, y por grande que haya sido, á cualquiera se le ha podido permitir por más que diga el fanfarron Santiago. Por mí, confieso que á no ponerme enteramente en manos del Señor me hubiera muerto de ansiedad.

—Tú eres la que más lo entendiste, buena y piadosa esposa mia. Ahora, ya